Jajumiju Jijumori
El escritor Jajumiju Jijumori celebraba su décimo cuarto premio Nobel. Era el año 2099. Nada impactante para escritores ya consolidados que eran poseedores de más de mil premios Nobel. En esta época era común que una persona ya cumplidos los cinco años tuviera cien libros publicados. Jijumori sólo tenía quince libros publicados a sus cuarenta años de edad. Las librerías en físico dejaron de existir debido a la devastadora cantidad de libros publicados cada décima de segundo. Él, a pesar de su escasez literaria, era un tipo libre del estrés social de competencia a que la sociedad se empeñaba en fomentar. Los anuncios de productos esenciales pasaron a ser remplazados por anuncios de libros de cada autora y autor, en la parte trasera del cereal se deslizaba una pequeña pantalla táctil donde al deslizar podrías ver cinco mil portadas de libros en cinco minutos. En tiempos remotos, las y los escritores se empezaron a aburrir de recibir sólo un premio literario cada año, ahora los premios eran cada fin de semana, y todos los días y a cada segundo se publicaban nuevas obras sin parar. Incluso, la vecina de diez años de Jijumori que, suele sacarle la lengua en el patio, ya tenía 50 premios Nobel y 67 libros publicados. Él era algo anticuado, incluso, debería tener quince premios Nobel; pero decidió tirar a la basura, de lo absurdo que le parecía, a aquella novela escrita. Fue inevitable que la encontrara otra persona e hiciera una saga de fantasía de más de quinientos tomos y ganara más de quinientos premios. Jajumiju Jijumori hasta la fecha sigue escribiendo, pero ha decidido ya no hacerlo público. De vez en cuando le regalaba los derechos de autor a su perrita Lola, ya que con los cascos de Orange (compañía de tecnología de dicha era) los animales podían hablar y escribir sus propias disertaciones mentales. Lola iba por su treintavo best seller en la comunidad perruna y humana. Incluso ella era la que más aportaba a los ingresos de la casa y en reparaciones del hogar. Jijumori sólo vivía con Lola, él se dedicaba más a un hábito perdido por la humanidad: contemplar paisajes reales. Ya que todo el mundo de vez en cuando lo hacía a través de sus lentes de realidad virtual. Lola lo comprendía, aunque luego le causaba algo de risa lo arcaico que podría ser Jijumori. En esos tiempos todo el mundo era millonario, todo el mundo tenía acceso a lo mejor de lo mejor. Se había eliminado la pobreza algunos años atrás. Pero era raro ver a un individuo que no estuviera escribiendo como todos los demás, dicho sea de paso, cabe mencionar que el término escribir, no es como se le conocía antes. Ahora, escribir, era dictarle a la pantalla holográfica que expulsaban los lentes de realidad virtual. Pero por alguna razón, la civilización de esa era no abandonó el término escribir, aunque ya no tenga el mismo significado literal de la palabra. Lo que sí cambió y quedó en el olvido, fue el término: Leer. Ahora ya nadie leía, y ni mucho menos usaban esa palabra, se cambió por: poseer, ya que la gente poseía la información de un libro en microsegundos en su campo de memoria virtual. Ya no existían lectores, sino, mejor dicho: poseedores. Pero esto no aplicaba en su totalidad para Jijumori, ya que tenía varias multas por ser visto leyendo en público libros en papel. En los tiempos que corrían, estaba prohibido leer en papel, que era algo muy delicado en diferentes sociedades donde veneraban a los árboles por su tremenda escazes. La gente ya no adoraba a santos o deidades, las personas ahora acudían a recintos a rezarle a los árboles. Jijumori había acabado muchas veces en prisión; pero Lola siempre acudía a pagar la fianza. Él se aferraba a realizar actos pasados que se llevaban acabo en el año 2025. Donde, todavía la humanidad pudo hacer algo en contra del cambio climático radical, pero no lo hicieron. Decidieron dejarle su futuro a las compañías de tecnologías, que ahora eran las nuevas poseedoras de la justicia y el control social. Ahora no había ser vivo que no fuera monitoreado las 24 horas del día. En el registro de videos de Jijumori, había varios videos de múltiples noches en que se desataba en llanto. Lola lo escuchaba, pero prefería seguir escribiendo. Sabía que al otro día se le pasaba. Tenían sirvientes robots que les preparaban cualquier platillo del mundo en segundos. A Jijumori le gustaba mucho el pozole mexicano, y, a Lola, el ramen coreano. Los días pasaron, y el escritor Jajumiju Jijumori siguió escribiendo, a sabiendas de que no publicaría nada de los hermosos versos que le dictaba a su pantalla holográfica para apreciar con nostalgia los paisajes a la distancia de su vecindario. A la gente en este año sólo le importaba publicar libros y acumular premios.
J. N. R.

