Oscuridad

Levanté la mirada para apreciar el cielo; pero éste había decidido tornarse caprichoso, un tanto oscuro. Pero si de algo sirve, recuerdo que un sabio en el pasado me comentó que la oscuridad es una gran maestra. Continué mi camino bajo la lluvia espesa tratando de interpretar qué clase de enseñanza podría encontrar en la oscuridad. 

Arribé al departamento, quise experimentar: era de noche y decidí concebir mi llegada sin encender luz alguna. Los tropezones mas los choques con objetos y paredes se hicieron presentes. “¿Qué clase de sabiduría es esta?”, grité para mis adentros mientras me solapaba los golpes. Necesitaba guardar la calma, tal vez así podría surgir algún tipo de aprendizaje. Podía hacerlo, era mi maldito hogar lo que estaba pisando. Decidí quitarme los zapatos junto con los calcetines para quedar enteramente descalzo. Mis sentidos se agudizaron al instante. Le sumé el acto de cerrar los ojos, calmarme para así apreciar los olores y sonidos en el silencio de mis pensamientos callados. Sentía cada resonancia como si yo fuera parte del departamento, degustaba la respiración de un piso entero en el edificio. Concebía cómo inhalaban y exhalaban las paredes, era como si todos los objetos cobraran vida; tuvieran sus propios movimientos en la quietud de la noche mitigada. Al continuar mi marcha por el suelo de mi aposento, fui experimentando la sensación de percibir texturas extrañas sobre las plantas de los pies: percibía las colillas y cenizas de cigarrillos, mis libros de anatomía esparcidos sobre el suelo, páginas sueltas, arrancadas de forma violenta. Comprobaba el tacto filoso de los pedazos de las copas rotas de cristal. Me afectaba el olor a sangre untado por todas partes en el complejo habitacional. Pisaba un brazo desmembrado, las costillas expuestas de un torso fragmentado y los cartílagos de piernas regadas por la alfombra. Abrigaba el mal sabor de cadáveres en putrefacción proveniente de la pequeña cocina. Pisé haciendo explotar múltiples globos oculares que se incrustaban entre los dedos de mis pies. Sentía las bolas de cabellos un tanto pesadas por la mezcla de la sangre del cráneo roto sobre el sillón. Decidí tomar un buen trozo de cerebro y hundirlo en mi rostro, como si pudiera sentir qué pasaba por aquel trozo gelatinoso. Me quité toda la ropa para tirarme al suelo y llenarme de sangre en cada rincón de mi cuerpo desnudo en la oscuridad. Tenía razón esa persona que alguna vez dijo que la oscuridad es una gran maestra, lástima que esa persona se encuentre esparcida por mi departamento.

J. N. R.

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