Paisaje eterno

Y como si Dios hubiera decidido convertirse en pintor, volteé al cielo y todo mi cuerpo quedó eclipsado frente a la ternura de aquel paisaje divino; literalmente, era como si Dios lo hubiera pintado. En su baile de alas, las aves sintonizaron sus giros coordinados ante la creación vuelta trazos rojizos, mezclados con violeta en aquellas largas nubes escurridizas. No sobraba nada, no faltaba nada. Era como si toda la esencia de Dios estuviera contenida en un cuadro sobre mi cabeza. Nadie más volteaba a apreciarlo, todos tenían prisa o tenían que hacer cosas más importantes que quedarse un escaso momento mirando al cielo. Nadie lo evaluaba, pero yo sabía que ahí estaba Dios, con su armonía y su simpleza. Un sencillo acto eterno que duraría unos cuantos segundos. Era como si lo eterno y lo efímero se unieran en un abrazo momentáneo, otorgándonos a los espectadores cierta lección de humildad. Era Dios mostrándose ante nuestra monotonía. Creo que también las aves supieron que se trataba de algo divino al salir volando desde las copas de los arboles para incrustarse en aquella bella obra de arte. No me siento el mismo desde ese día. ¿Cómo un simple paisaje puede volverme más sensible a lo que creía que eran problemas más grandes? Era como si Dios me consolara con aquellas formas y colores, era como si me estuviera hablando, no con palabras, sino con un paisaje bien equilibrado. Era como si Dios me hubiera dicho: "No te preocupes por aquello que no te deja estar en paz, aquí estoy frente a ti, y aquí estaré cuando todo termine". Fue como quitarme varios kilos de la espalda, para ahora caminar más ligero. Ahora disfruto más de la vida sabiendo que Dios sigue con nosotros, y que al final seguirá ahí para poder contemplar, ahora sí, un paisaje eterno, un paisaje divino, un paisaje que nunca se irá. 
J. N. R.

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