Parada nocturna

El umbral de la noche comenzaba a intoxicar el ambiente, mi tráiler de carga emprendía sus últimas entregas tras estar toda la tarde haciendo una tras otra. Paré en el paradero de camiones para tomar un café y me mantuviera despierto en todo el camino de ida y regreso. Tras seguir la marcha, apareció frente a mis ojos una mujer rubia de aspecto delgado y envuelta en un vestido de noche blanco demasiado pegado al cuerpo, no dejaba nada a la imaginación, yo la hacía muy parecida a una actriz muy famosa de los noventas: a Pamela Anderson, era su viva imagen; pero, ¿qué hacía una gringa en plena noche en un paradero de camiones en la Ciudad de México? Lo primero que pensé cuando se me acercó era de ser una persona que estaba escapando de alguien o de algo, tal vez un pasado que quería dejar atrás. No tuve opción, dejé que se subiera a la parte del copiloto de mi tráiler. De igual modo, noté que no llevaba ningún tipo de mochila o equipaje con ella y tampoco hablaba español de manera fluida. Al subirse al camión y sentirse a salvo, sólo se limitó a decir: “Hambre, tener mucha hambre”. «¿En qué lío me he metido?» Pensaba mientras compraba un burrito de carne con frijoles en el Oxxo.

Al encender de nuevo el motor, dar marcha, y tras haberse comido el burrito y yo tomado mi café, reinó la calma que tanto me gustaba de la carretera en la noche. Todo fluía en el viaje hasta que de la nada, el tráfico se hizo palpable, al parecer, un tráiler de carga se había volcado y el conductor yacía incrustado en el parabrisas con el rostro totalmente desfigurado y envuelto en sangre. Lo bueno era que la gringa se había quedado dormida para no ver tan horrible escena cuando pasamos a un costado del accidente. Una vez vencido dicho tramo de la carretera, continué con mi marcha normal. La güera se despertó de menos a más diciendo sus únicas palabras en español: “Hambre, tener mucha hambre”. Tuve que manejar con mucha paciencia y detenerme en la siguiente parada de gasolina en otro Oxxo, compré varios paquetes de burritos para que me dejara de molestar todo el camino o al menos hasta donde decidiera bajarse y dejarme sólo con mi camión. Tras consumir su segunda ronda de burritos con carne, continuó con su ya estresante diálogo: “Hambre, tener mucha hambre”. A lo que respondí: “Hártate, te compré varios paquetes para que ya te calles de una buena vez”. Ella, al no comprender mis palabras, se alegró de ver más comida sobre sus bien torneadas piernas. Al terminárselos todos, y estar chupándose los dedos, lo volvió a decir: “Hambre, tener mucha hambre”. Mi buen humor se esfumo de inmediato, me orillé a un costado de la carretera, y paré el tráiler demasiado iracundo a mi parecer.

—¡¿Qué quieres de mí, maldita gringa?! —expresé en modo de grito, pero arrastrando las palabras para simular que me entendiera al ver mi rostro bajo la luz del interior del camión. Al observar su rostro de la güera con detenimiento; me percaté que ya no era el de Pamela Anderson, sino más bien, el de una criatura con hocico de cocodrilo con una peluca rubia y su vestido rasgado por su piel con escamas. Encendí el tráiler y puse a toda marcha mi camión. El dolor era inexplicable tras cada mordida de ella hacia mi cuerpo: “¡Hambre, tener mucha hambre!”

Pude abrir los ojos un instante, yacía mi rostro incrustado en el parabrisas del camión, pude ver alejarse en la carretera oscura sobre la zona de arbustos a aquella figura femenina con su cabello rubio cubriéndole la espalda. 

J. N. R.



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