Angustia

Bestia que arrasa con lo más íntimo de mis quebrantos. Tu rugido siembra la verdadera angustia de mis venas. Me acorralas en un rincón del bosque, ya no hay salida. Tus pasos simulan el sonido de mis últimas plegarias. Tu conquista es acertada: soy huesos, soy sangre, soy latidos, soy corazón, soy venas, soy un pulso angustiado, soy la carne que anhelas. Piel que desborda terror y llanto. Es mi vida la que se me escapa. En mi ignorancia de salir y conocer el mundo, la soledad me llevó a perder la guardia en la noche. Es demasiado tarde, no puedo comunicarme con nadie; decidí emprender el viaje sin comunicación alguna. Tú solo tienes hambre, también quieres alimentar a tus extrañas crías. Tú solo sigues tu instinto, soy tu presa, soy tu hambre y nutrimento. Para ti no tengo alma, ni nombre, ni cariño alguno. Soy pura fuente de proteína para tu supervivencia. Soy los próximos huesos que masticarás junto con tus aglutinantes crías. Soy lágrimas, soy un lamento que se extingue bajo la ligera llovizna helada. Los dientes de tus tentáculos se encajan en mi entrepierna, el musgo húmedo se baña de rojo. Tus crías solo miran, solo aprenden, solo tienen hambre. Mi desdicha es su existencia y crecimiento. Solo me queda rezar en un tono de voz frágil. Siento que mis pecados se escapan con cada mordida de mi carne despellejada. Separas mi pantalón de la carne fresca, tus crías se acercan a mi pierna; que ya no forma parte de mi fisionomía. Caigo, me arrastro, sostengo un rosario arrancado desde mi pecho expuesto. El terror y lo macabro me llenan la mirada de extensa locura, nunca en mi vida había apreciado a tales criaturas tan complejas de interpretar. Lo único que podía hacer mi mente era relacionarlo con lo más palpable que yacía en mi experiencia de vida. Y eso era la combinación de seres con patas de lobo, colas de tiburón, escamas de lagarto; pero en un tono rojo oscuro, como el de un vino demasiado antiguo. En sus hocicos yacían múltiples tentáculos de color verde turquesa, de ellos; salían cientos de colmillos que daban la intuición de parecer filosos cuarzos rosados. Sus ojos eran una mezcla de ojos saltones como los que tienen los murciélagos. Pero eran demasiado grandes y de color púrpura, estaban tan expuestos que parecían que en cualquier momento se caerían al suelo. Tus crías eran un clon de ti, solo que de una reducción más pequeña. Sin duda era algo que nunca había vislumbrando hasta el momento. Mientras apreciaba la escena de mi cuerpo separado en múltiples segmentos, finalmente pude desmayarme. Una extraña luz de color azul claro se hizo presente en mi visión. Sentía cómo mi alma abandonaba aquel cuerpo destrozado. Podía sentir el calor de la eternidad. Pero algo no me dejaba ir, algo extraño. De repente volví a sentir el dolor de no tener piernas ni brazos y un gran agujero en el pecho que dejaba asomar a mis costillas frontales juntos con mis pulmones y a mi moribundo corazón latir débilmente. La ayuda vino en camino, solo pude apreciar el sonido de los disparos de dos policías que apuntaban a las criaturas con sus linternas en aquella noche fría llena de pequeños copos de nieve mezclados con llovizna. Las criaturas se desvanecieron frente a los ojos de todos los presentes. A partir de ahí, tuve una repetida serie de desmayos. Volvía en sí por breves segundos: recuerdo la ambulancia, recuerdo las caras de angustia de mi padre y esposa. Recuerdo a mi hija contándome un cuento de terror en una noche muy silenciosa en el hospital. Recuerdo que ese cuento corto era muy parecido a mi historia. Recuerdo que la mirada de mi hija era muy parecida a la de las criaturas que devoraron mi pecho, piernas y brazos. Recuerdo que los rostros de las enfermeras, doctores y, familiares; todos tenían la fisionomía de aquellas extrañas criaturas mientras las palabras de mi hija se hacían incomprensibles al oído humano. De pronto parecía rodeado de seres de otro planeta, como si tratara de alguna clase de ritual. Al parecer mi angustia jamás descansaría. 
J. N. R.

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