Grandes entes


Soy un ser diminuto atrapado en una gota de agua. El cielo cruje en su magnánima orquesta lumínica. La elección de separarme de mi pequeña comunidad ha resultado delicadamente arriesgada. Las múltiples gotas siguen cayendo como proyectiles en la tierra blanda. No hay esperanza para mi presente que se refleja en un rostro imbuido en una jaula de agua donde pareciera que seré un eterno prisionero. ¿Cómo liberarme de este tormento? ¿Qué clase de prueba es ésta a la que se le da a un simple ente microscópico como yo en este mundo? Trato de luchar contra la gota que me asfixia, no hay mejoras de libertad. El cielo no calla; al contrario, ruje cada vez más y más. El cúmulo de gotas ha hecho que mi mazmorra acuática se convierta en un inmenso charco de agua. Ahora tengo un campo abierto en cuanto a profundidad se refiere para tratar de escapar. Los débiles intentos por llegar a tierra firme resultan un tanto excelsos en cuanto a fracaso se refiere. ¿Quién va a extrañarme si siempre estoy obsesionado y absorto con los temas de referencia sobre los distintos planetas de los que hemos explorado? No tengo un vínculo amoroso con nadie, ni futuros herederos. Mis padres están muertos; ya que fueron brutalmente masacrados por el dedo de un niño infante en el gran universo que yace en el jardín en aquellas primeras expediciones tan lejanas en el pasado. Quise aventurarme a explorar más allá de lo conocido, mi curiosidad me llevó a esta situación de agonía y cierre de cortina ante mi potencial muerte, pero la existencia no es tan cruel como parece. Una criatura descomunal que los humanos conocen como Gato, decidió beber agua del charco donde me encontraba atrapado, su lengua llena de picos se sumergió como en cámara lenta y me sostuvo por unos instantes entre sus filosos colmillos, pero ninguno atravesó mi cuerpo diminuto. El Gato al sentir que algo extraño le obstruía en la garganta al tratar de tragarme con el resto de agua de lluvia, se tornó en grandes zancadas hacia la casa y pudo escupirme en la alfombra que daba al gran jardín desde la casa de la enorme bestia. Ésta me olfateó; al notar que no me movía siguió con su mirada a un ave en el techo del hogar para desaparecer de escena. Al ponerme de pie, y apreciar que la enorme criatura ya no estaba en los alrededores, contemplé lo descomunal que era aquel hermoso universo de pasto que detonaba ligeros chispazos al contacto de la luz proveniente de la estructura donde se había depositado aquel Gato. Era como ver el cielo nocturno frente a mí. Y con ello, vino la luz propagada sobre mi rostro, era la muerte, o eso pensé. Eran las ondas de luz que salían de un objeto cuadrado, un humano con rostro de pánico me apuntaba con aquel objeto metálico. Antes de escapar, otra luz vino del jardín; eran mis compañeros. Era tiempo de irnos, la expedición por la Tierra había llegado a su fin. Mientras regresábamos a casa, pensaba en por qué en ese planeta todo era tan enorme, y en el nuestro todo era de tamaño normal. Éramos exactamente iguales de aspecto a los humanos, sólo que la descomunal estatura era lo que nos diferenciaba. Y a los Gatos del planeta Tierra, no los teníamos domesticados viviendo en hogares. Al contrario, eran figuras mitológicas de los primeros entes de mi planeta, eran como los dinosaurios del planeta gigante, ya estaban extintos.

J. N. R.



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