Sedante

El desierto se hizo noche. Fin. El reflejo de mi ser me regresó una sonrisa sabia. La sangre reverbera sobre la corta distancia del futuro, presente y pasado. Mas la niebla desfila llena de falsas percepciones frente al oscuro desierto. Las estrellas en lo alto y bajo se ostentan como enormes faros tejiendo cierta atmósfera un tanto alentadora a pesar de mi estado invertido. Mi luna ya no es sol, y la noche es el día. Las serpientes asoman sus escamas terrosas en el descuido de sus traslados. ¿Qué es la realidad? Ya no estoy seguro de ella: arriba se ha vuelto abajo, siento que piso el vasto cielo y aprecio el suelo a lo alto. Las extrañas criaturas nocturnas han decidido hablarme, me incitan a que adelante el paso y no mire hacia atrás. ¿Cómo saber si avanzo o retrocedo? Cada que adelanto un paso frente al otro sobre la clara arena, recuerdo las huellas de mis pasos dados que se van ocultando. ¿Por qué la naturaleza siempre se nos oculta? Es como si solo deseara la ilusión de que la hemos pillado y en ese instante se esfumara. Sus secretos yacen imperturbables. Mi visión comienza a oscurecerse. Despierto. Continúo en el desierto, solo con la particularidad de que yace frente a mí un espejo suspendido en el aire. Puedo apreciar mi reflejo; es un rostro quieto, sin disturbios, un tanto sabio. Como si ese Yo tuviera el conocimiento sobre lo que me espera en aquel suspiro finito. Mis piernas y brazos comenzaron a temblar al pensar que mi reflejo conocía mi destino y yo me hallara en la ignorancia total sobre mi posible muerte. ¿Cómo soportaría la condición humana si conociera con exactitud su inevitable muerte? Las partes de mi cuerpo recobraron su quietud. Solo que después de dicha revelación, ya no sabía hacia qué dirección llevar mis pasos. Ahora yo era el reflejo que apreciaba a un Yo que yacía perdido en el desierto. Mis suspiros se tornaron humo cósmico. De cada exhalación salían extensas galaxias que bailaban con la arena en el viento. ¿Existe una creadora o creador del Todo? Sentí como brotaba desde mi pecho hacia mi garganta aquella palabra única que resumía el todo del Todo. Mi espíritu se sentía listo para pronunciarla. Justo al punto de decir aquella palabra ancestral, aparecieron unos entes sin rostros y de cuerpos alargados. Mi espíritu se quedó mudo ante la expectación. Era como si se dirigieran a mí, pero sin lenguaje. Me hicieron entender que, al pronunciar la palabra sagrada, todo comenzaría de nuevo y dejaría de existir para volverme polvo en una nueva nada donde comenzaría un nuevo ciclo de expansión. La luz se volvería oscuridad y la total oscuridad con el tiempo volvería a ser luz. Mi mente no soportaría tantas imágenes que dichos entes intergalácticos compartían en mi cabeza. Decidieron darme un sedante ante mi inevitable colapso astral. Desperté del trance somnoliento en el que me encontraba. Me sentía otra persona, seguía siendo yo, aunque con otra manera de ver al gran tejido de códigos que hacían de mi realidad perceptible ante mis nuevos sentidos afinados. Mi muerte terrenal ya no importaba porque sabía que el tiempo no existía. Ya no existía un inicio o un final estáticos, solo cambio y movimiento. La vida misma dejó de ser un sedante. Me encuentro finalmente despierto. Mi sangre reverbera sobre la corta distancia del futuro, presente y pasado. El reflejo de mi ser me regresó una sonrisa sabia. Inicio. El desierto se hizo día.
J. N. R.

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