Falla en el sistema
El
arma de plasma yacía a un costado del café y mis huevos fritos con salchicha. Medea
reposaba desnuda bajo las sábanas de seda. El clima artificial designado por mí
en la ventana sintonizaba una lluvia pacífica. Las noticias matutinas enviaban
sus múltiples informes en su ya cotidiano baile de hologramas sobre las paredes
blancas. Se escuchó que Medea había despertado por medio de sus gemidos. Seguro
sintonizó alguna escena resumida de algún canal de pornografía en sus gafas virtuales.
Era tanta la realidad virtual, que salió de la habitación llena de arañazos y
con una actitud relajada en dirección a la cocina.
—¡Excelente mañana, marido! —espetó Medea
mientras tomaba asiento en su silla de recarga.
Sí, Medea pertenecía al género androide;
personalizado para mis necesidades de relación formal, eventos sociales y otros
asuntos. La compañía otorgaba un androide y casa a todos sus empleados solteros
en una opción para no ser despedidos, ya que la política de la empresa era: “Un
mundo seguro en círculos seguros”. Esto, en alusión al círculo primario social:
la familia. También la empresa dotaba de mascotas e hijos, pero ya que yo era
nuevo en dicho empleo, aún estaba a prueba para poder dotarme de hijos y
mascotas artificiales si escalaba de puesto en la empresa a futuro.
Aquel fue mi último día con trabajo, casa
y esposa artificial, ya que una ola de hackers pudo interferir la base
central e interna de la empresa. Ya se habían esparcido los rumores entre los
empleados para que implementáramos precauciones ante la posible oleada de hacking.
Así que por eso tenía un arma de plasma siempre en la cercanía. Esto en caso de
que mi esposa se tornara con la mirada roja (típica cuando hackean a un
robot). Y fue en esa terrible ocasión, donde desperté con un gran apetito
sexual, llevaba días mirando videos de orales y no resistí el querer sentirlo
de verdad. Aquella mañana mientras ella me acariciaba la entrepierna con sus
delicadas manos con piel artificial, la dispuse a realizarme un oral. Su mirada
se tornó roja en pleno acto, sus dientes artificiales destrozaron mi pene y mis
testículos salieron rodando dentro de la alfombra circular de la habitación,
mientras yo descargaba el arma sobre sus circuitos en la frente de mi querida
esposa.
La empresa quebró, me hallaba sin falo,
sin testículos, sin hogar, sin empleo, soltero y con una manguera especial en
el estómago para mi orina. Todo por un mal manejo de ciberseguridad.
J. N. R.


