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Mostrando las entradas de marzo, 2024

Conejo blanco

  El conejo blanco cerró la bragueta de sus pantalones tras agitar su miembro frente al escusado sucio en aquella cantina de mala muerte. Salió tambaleante por las puertas de madera, se ajustó su gran gabardina de color azul marino, notó que había unas cervezas frías en una mesa abandonada y las empacó en los grandes bolsos internos de su gabardina vieja. Llegó a su departamento como pudo, tras vomitar de manera breve en un par de postes de luz en la calle oscura. Colocó su botín etílico en la mesa rota de su pequeña sala, se despojó de sus ropas para quedar postrado en calzoncillos en su desgarrado sillón negro. Frente a él, se encontraba una televisión un tanto arcaica, tenía que pegarle a su control remoto para que pudiera cambiar a la opción DVD, puso el disco que yacía siempre puesto y que le gustaba mirar mientras tomaba sus últimas cervezas del día. Le gustaba ver conciertos de rock de bandas de los 80´s. Sonreía con aquella risita extraña mientras destapaba las cervezas con s

La sangre se haría presente

El terror era real, podía escuchar el sonido de la sangre…, podía sentir las exhalaciones desafinadas de los cuerpos quebrándose en sus últimos soplos. La criatura masticaba desesperadamente. Sus pequeños ojos brillantes, se alcanzaban a distinguir en la indiferente oscuridad; junto con el brillo de sus colmillos y la sangre, que por alguna extraña razón, resonaba en álgidos destellos. Yo intentaba arrastrarme en aquel suelo húmedo y lleno de ratas que relamían los charcos de sangre provenientes de las extremidades arrancadas de mis familiares. Donde antes tenía mis piernas, ahora parecía tener una falda de tendones y huesos triturados. Las lágrimas ya no alcanzaban a compensar el dolor. La criatura se percató del disturbio que causaban mis alaridos ante el acto de alimentarse de manera ininterrumpida. En sus ojos se quitó aquel brillo penetrante. Ahora reinaba en su mirada un instinto de siniestro estático. Dejó de masticar el torso de mi madre para arrojarlo al suelo, salpicando toda

Un tren cargado de apatía

  Un tren cargado de apatía, de frutos que glorifican la desesperanza; plagado de voces que imitan de mal modo a mis intenciones más honestas. En sus ventanas reflejan las sonrisas siniestras…, reanimando el temor sembrado por la indiferencia. Es un tren cargado de individualismo, de un YO con mayúsculas. Necesito más tiempo, las cuerdas yacen gruesas, firmemente amarradas a mi piel. En sus miradas perdidas no cabe la empatía, no cabe la dignidad, no conocen las lágrimas de esfuerzo. Sólo les importa aplastar al otro; al distinto, al que se sale de las normas. Y es que no conciben los pasajeros de dicho tren, el que alguien pueda destacar fuera de las ordenes, de las reglas, de lo que la tradición manda. Las vías de metal oxidado retumban en su anatomía expectante. La atmosfera se oscurece, la hierva a un costado de las vías danza en su sincronización con el viento que va en aumento. Son demonios, son los malditos poetas de composta. Hacen sonar el tren, mi tiempo se acaba, en sus sonr

Divinidad

Divinidad de síntomas advenedizos Caen los cartuchos de ceniza ceniza de palidez resquebrajada en un alud de supersticiones santas desenvuelvo un telar cósmico provisto de almohadas que suspiran van cantando van gimiendo van recolectando van las rocas pulidas por salvajes van dejando huella van dejando pulsos en el pétalo de una ola Son los sueños síntomas caprichosos y revoltosos Somos magia que no impresiona Somos la impresión mágica del sueño La comezón palpita mis venas Cuánta comezón descrita Me rasco el corazón y las uñas El telar danza junto con las estrellas No hay abismos La mancha del desengaño brilla Nado entre las montañas Las plantas me visten y las rosas me calzan Bendita divinidad

La vida comienza

¿En dónde deposito todo este conjunto de lágrimas arrugadas? El pájaro azul surca el vuelo mientras yo entierro mis pies en la arena pálida. El viento les da palmadas a mis susurros. La velocidad de la brisa acuña un manto de alivios. Mi florecita blanca se marchita con lentitud. Los lagos de añoranza me resultan distantes. El río está encima sobre mi cabeza. La tormenta comienza junto con la tiniebla húmeda. Mis destrezas no comprenden de literalidades. Las sombras me sostienen y me llevan por un camino de piedras rojas. La oscuridad me abraza de manera cálida. Mi luz se ha desvanecido, pero brota la imaginación de los colores dentro de la caverna. Los animales se deslizan en toda la oscuridad mientras aprecio sus historias. La crueldad humana reaparece. La caza, las lanzas, la desesperación, la sangre, el hambre. ¿Por qué la desdicha siempre me acompaña a todas partes? ¿En dónde se ha perdido aquel lucero de bienestar? Comienza el sonido, el sonido repetitivo de gotas retumbando sobr

Palabras errantes

¿Cómo es que, en un espacio de “libertad”, mis letras se sientan tan llenas de asfixia? Y es que es la maldita academia, la que me convierte en un pequeño ratón frente a tanto narcicismo, frente a tanta envidia, frente a tanta competencia infantilizada. Me abruma y aborrezco el pútrido nido de víboras ponzoñosas y venenosas que decidieron portar la postura de poetas malditos en su día a día. ¿Cómo es que un profesor tan pequeño se sienta un pequeño Dios? Con su burda ilusión de poder dentro de un espacio académico. Mi alma yace ensangrentada con tanto acto vil de lambisconería. Lamer para poder ser, e ahí la cuestión. Fingir simpatía para tener diez minutos de fama estéril. Mis letras se han vuelto tímidas, mis palabras quieren disminuir su honestidad reservada. Ojalá que algún día entiendan que ese mecanismo de vida no los sacará de la jaula que otros crean de ustedes como escritores en su eterna potencia. ¿En qué momento los maestros de literatura se transformaron en lo que perjuraba

En efecto, es poesía

Se enciende un destello en medio de la vorágine corrompida por vástagos. El destierro me otorga una bocanada de aire que se aquieta bajo mi lengua que yace tendida en el eterno embate moral frente a la tentativa venganza de un rostro que ya no me pertenece. Se alza el puño de millones de voces calladas y amargas, intoxicadas de injusticia. Las serpientes se aceleran ante el árbol viejo y torcido. Ya no hay cielo, ni tierra, ni infierno. Las últimas notas de un piano gastado pululan en un eco aterrador bajo el manto del horizonte. En efecto, son muecas, lamidas de falos y vulvas, es el encanto vacío de lo que llaman cuerpos. El cáliz yace oxidado desde hace cientos de años. La seriedad de sus letras de postín astilla mi desgracia. Las llamas emergen bajo sus nervios tan llenos de fantasía y grandeza de cartón. Brota la primera lágrima en medio del caos apocalíptico literario. En dicha gota de resignación se refleja la ausencia de un Dios ficticio que nunca ha acudido a mis suplicas. Su