Sangre infernal
Corre el sosiego de la sangre, sangre ingenua que corrompe el vaivén de ya no hallarme vivo entre esqueletos parlantes que bailan y toman café creyéndose los desposeídos. Avanza el pulso fúnebre que dicta al corazón sus más pulcros latidos. Cuánta desdicha yace en mi soledad agonizante. Tan llena de vida, tan llena de sangre. Me he vuelto tiniebla en el vasto horizonte de mil suspiros que agonizan. El demonio ríe a sabiendas que no escaparé de su infierno. Infierno que ahora me resulta más cálido que la brisa de un millón de nubes acariciándome el rostro. Paraíso eterno de eternas sonrisas falsas. Lleno de vestimentas elaboradas de las más cutres, saladas y tristes lágrimas. Han zarpado los corceles blancos y negros en la llanura de ésta mi más anhelada sepultura. Se ha agotado la sangre ya solo quedan gotas que brotan, que agotan entre mi última orquesta rota. La brisa del fuego me recibe.