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Mi soledad suspira

El ave canta con su pico enterrado. Más mi pecho en melodías que no cesan. Más aleteos forzados, envueltos en la fresca ventisca de aquella noche bella, salpicada de un discreto tono púrpura.   La niebla aspira proveniente del sauce viejo que brota para vestirme en su aglutinada vestimenta caucásica.   El musgo resuena en cada paso marcado, en cada paso distante, en cada paso errado.   Naturaleza fría que conoce mi fragilidad. Fragilidad cínica entre compartimientos que bombean la sangre expuesta.   Me vuelvo de humo entre el suelo húmedo donde el sol se vuelve ausente.   Mi soledad suspira en su última ventisca. Suenan las campanas de aquella tormenta oscura. No hay despedidas, no hay últimas palabras. Más solo el viento que suspira.   JNR

Soy la máscara de melancolía

Soy lenguaje, soy silencio. Soy números, soy tiempo. Seré muerte, seré nada. Soy vacío lleno de ilusiones. Cúmulo de actividades. Ideas, borrones, enemistades. Soy la rima absurda. Soy el canto mudo. Profeta de sordos. Un chiste para intelectuales e ignorantes. Aparecí un buen día y desapareceré un buen día. Soy la decadencia que baila. Me aferro a ser lo que veo. Miro una bastedad de personalidades. Soy un yo a base de muchos yos. Soy la peor elección de mí mismo, anhelando ser lo mejor. Moriré arrepentido. Vivo suspirando… Me he vuelto una absurda repetición. ¿Persigo? Mejor no hago nada. Soy la máscara de melancolía. ¿Mi pasado me define? Soy lo que nunca haré. Mírenme, mírenme…, Quiero que lean, pero mejor, léanme a mí, léanme, léanme aunque sea absurdo. Admírenme, quiero fama. Quiero dinero, quiero comer. ¿Reconocimiento? Sí, mucho, bueno, mejor poquito. Soy la indecisión hecha persona. Elegir, elegir, elegir.

El mar está llorando

La calma suscita al desorden. Ideas que tiemblan en la nada. Agua que suena a río en un mar hecho de nubes, que zapatean al viento en su trazo perdido.   Ocaso de ternuras amargas. Hojas que crujen en la memoria. Penetración crucial. Líquido derramado en piel áspera. Cigarras en la lejanía. Palmeras que se mesen ante torsos que se mueven desnudos, con alevosía mientras cae el viento en tus pupilas.   La arena raspa nuestros besos. Cruje la espuma en nuestros pies descalzos. Se enriquecen las olas frente a tus pechos mojados.   Te ahogas con la espuma con tu estrecha garganta. El mar calla, suspira y las gaviotas cantan.   El ocaso resuena en el paisaje. Se pintan nuestras ilusiones de rojo. Se aquieta la marea, y el llanto afila los susurros.   Partimos en el anonimato de no olvidar nuestros labios. Labios con grietas, salados. Labios sabor a mar en soledades húmedas. El mar está llorando. Repitiendo una

Dra. Magdiel

La doctora aún temía ser descubierta tras esconder de manera muy elegante la jeringa vacía en el bolsillo derecho de su bata blanca.   Era un día como cualquier otro en el viejo hospital psiquiátrico San Gregorio que yacía un tanto destartalado por el paso de los años. La doctora y jefa del hospital se hallaba en su oficina leyendo el periódico de aquella mañana fría y nublada. Magdiel vestía una bata blanca aunque ya no era necesario su uso, pero a ella le gustaba la sensación de combinar su bata blanca con aquellos tacones de color negro brillante. Su taza de café expedía su humareda rutinaria por la oficina ansiando ser bebida a ligeros sorbos durante el resto del día aunque perdiera su temperatura cálida. La puerta de la oficina de la doctora Magdiel se abriría abruptamente desde el exterior hacia dentro. Magdiel no se inmutaría o tendría reacción alguna ante dicha acción brusca. Ella permanecería con mirada indiferente hacia su periódico extendido ampliamente. —Tenemos que

Manto de árbol húmedo y perdido

La lluvia arrastra nuestros nombres bajo la tutela del caudal que arroja de manera suave, fría, un poco violenta a nuestra intimidad escurrida en la naturaleza boscosa. Aquella atmósfera no comprende nuestro encuentro. La unión de dos cuerpos desnudos removiéndose entre las raíces que se acuñan en un manto: Manto de árbol húmedo y perdido. Incesante movimiento de cadera que hace fabricar cada gota de tu rostro quieto.   El tribunal de arboles da su veredicto, su sentencia muda. Condenándonos en nuestro delirio. Aquel exquisito apetito sexual de hacerlo en todas partes. Aunque no sepamos si la naturaleza entienda nuestras múltiples escapadas que hacemos en su vientre, más profundo donde nadie nunca nos verá. La ropa sobra y la tierra nos viste. Las ramas y hojas aceptan nuestras secreciones más viscosas, más cálidas, provenientes de nuestros cuerpos chocando fuerte, suave, violentamente. No es amor, es pasión, e

Sangre infernal

Corre el sosiego de la sangre, sangre ingenua que corrompe el vaivén de ya no hallarme vivo entre esqueletos parlantes que bailan y toman café creyéndose los desposeídos.   Avanza el pulso fúnebre que dicta al corazón sus más pulcros latidos. Cuánta desdicha yace en mi soledad agonizante. Tan llena de vida, tan llena de sangre.   Me he vuelto tiniebla en el vasto horizonte de mil suspiros que agonizan. El demonio ríe a sabiendas que no escaparé de su infierno. Infierno que ahora me resulta más cálido que la brisa de un millón de nubes acariciándome el rostro.   Paraíso eterno de eternas sonrisas falsas. Lleno de vestimentas elaboradas de las más cutres, saladas y tristes lágrimas.   Han zarpado los corceles blancos y negros en la llanura de ésta mi más anhelada sepultura. Se ha agotado la sangre ya solo quedan gotas que brotan, que agotan entre mi última orquesta rota.     La brisa del fuego me recibe.

Ellas

Son insuficientes los latidos que habitan en nuestros oídos. Pechos desvalidos entre ojos caídos en un baile de sentidos.   El sudor no comprende nuestro rito candente frente a frente emergente y eternamente olvidadas por la gente nos besamos complacientemente.   Caemos en cuenta que la noche trascurre lenta sin penetración violenta entre marejadas que nadie afrenta frente a una fogata que calienta a la palabra inquieta que asienta cada rubor que nadie orienta.     Entre lamidas y caricias vamos forzando rimas sin angustias amándonos sin tarimas sin excusas sin pelusas y sin blusas me amas, me abrazas, me besas, me callas, me suplicas que grite sin penas entre condenas, te aferras sin faldas a mis piernas.   Entre dama y dama no hay drama y nadie nos aclama. Deshacemos la cama sin calma nuestra vida se empalma en cada alma humildes y sin fama.   Caemos en un risco de nuestro amor lésbico

¿Quién elige?

Se despegan las hojas del árbol seco en un íntimo arrullo entre el viento y mi soledad donde acuña los rayos del sol que deslumbra mi más muerto sentimiento, aquel de sentirme vivo. Refrescante pesimismo en una ambivalente cursilería de re pliegos constantes de hallarme en la existencia. ¿Nausea? No, hambre ante la búsqueda del saber, tal vez. ¿Quién decide qué es importante? ¿Quién decide si yo soy importante? ¿Necesito tener para ser? ¿Necesito ser para tener? ¿Necesito hacer para ser? ¿Necesito ser para hacer? Necesito comprar, necesito comer, quiero poseer, dominar, tener el control ante el descontrol. Necesito que me pisen para después yo pisar. Lista de mercado: tener cierta edad fisiológica y ya haber logrado logros que la sociedad tiene como paradigmas de éxito. ¿Venimos a este mundo a complacer a nuestros padres? ¿Necesito ser una maquina de complacencia ante el otro? ¿Soy lo que quiero ser o soy lo que lo demás quieren que sea? Sobrevivir, poseer, morir. Necesito hacer públic

Puerta blanca

El viento sospecha de mis delirios en una suave ventisca moviendo la puerta blanca de nuestro destino. Destino que marca nuestras pieles entre agua que refresca nuestra posible morada,   donde tenemos besos pendientes. Miradas en la oscuridad donde el calor encierra al viento entre tu cuello y mis labios mudos. Ritual de susurros entre suspiros. Brotan, juegan, se calientan ante la culminación sexual entre dos cuerpos que sudan la pasión de no haberse visto nunca. La ropa vuelve a sus respectivos cuerpos. La puerta blanca sigue meciéndose anhelando nuestra aprobación de vivir una vida juntos o jugar el triste juego de los amantes que no se volvieron a ver nunca más. Pero el destino está a nuestro favor. La puerta blanca se cierra gustosa y dichosa de no saber lo que hace. La de unir nuestros nombres en cada viento que sople ante su encierro definitivo. Amantes que se casarán en el delirio de no saberse amar en público.