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Pajarito azul

Danzas con tus patitas saltarinas al filo del abismo. Nuestro encuentro casi puntual carece de cotidianidad. El viento nos acompaña autentificando nuestro realismo. El sol y la tinta se envuelven en una extraña singularidad, que nos hace presas en un arroyo de añoranza. Somos un mar inquieto, una marea rebosante de arrullos. Un evento que estalla y emana exaltación. Un fulgor que corrompe el hastío a murmullos. Una orquesta muda en oídos dispersos. Un ciego llorando de alegría frente al espejo. Tú tan único y rebosante de color. Yo tan típico y ausente de suspiros. Alzas tus alas y danzas en alabanzas, en un ritual de purificación, en donde el tiempo no te alcanza. A mí, la muerte me perturba y tú bailas sobre ella. La ignorancia te convierte en eternidad. La finitud me hace un simple y arrogante pasajero. Sepulto mis colores profanos mientras tú resucitas en cada rito de canto. Pajarito azul ya no vuelvas, porque si vuelves ya no estaré, arropado en plumas y alas cantaré. Ahora tú

Papaíto

Te lloro a cada gotita de lluvia que se estrella en la ventana. Mi dedito sigue las gotitas hasta su desaparición. Cada aliento mío empaña la atmósfera donde dibujo caritas con sonrisas falsas.   —¿Dónde estás papaíto? ¡Vuelve, abrázame una última vez!  Las luces de los automóviles palpitan al ritmo de mi corazón que lo extraña. El sonido de la lluvia acelera su fuerza ante el cristal. Mi esperanza se marchita mientras abrazo con más fuerza a mi osito de peluche.  Lo que daría por conocer el mundo y correr en dirección hacia tus brazos. Sólo me perdería allá afuera preguntando a gritos por tu presencia.  Mis pestañitas chocan cada vez más y más con la ventana empañada de tristeza. Mi papaíto…, con un abracito tuyo sería la noche más tibia en todo el mundo. Me hubiera gustado que otras palabras hubieran envuelto tus oídos al despedirnos y saber que me llenaría de tu ausencia.  —¡Brillen lucecitas! Hagan que cada gotita se vuelva de un color diferente y tráiganme a mi papaíto

Dos potros

El Potro —Ya vamos a cerrar ex candidato, será mejor que le llegue de aquí. —anunció el cantinero con cierta tensión en sus palabras.   —Mi nombre es Jaime Buendía, alias “El Potro”. —¡Qué pinche jodido estoy! —balbuceé entre dientes—. Mendigando un último pinche trago en una decrepita cantina de mala muerte. El alcohol es el único que me entiende ahora. Este aleja mis extrañas visiones, la maldita rabia de pensar en cómo todo se fue a la mierda. No sólo perdí la candidatura a la presidencia hace unos meses, sino mucho más... Tras mi derrota, ya nadie creyó en mí. ¡Qué lejos estaba esa sensación de sentirme el futuro presidente de un país! Más el apoyo de la gente que se decía mi familia y amigos. Salgo de este puto lugar nauseabundo. Me dirijo a mi nuevo hogar, una pequeña casa rodante, después de que el gobierno me quitara mi rancho, me alejé de la política, ahora trabajo en una feria que va de pueblo en pueblo. Me maquillo la cara de payaso, la gente me avienta monedas, esta

Reflejo acaramelado

Todo el público reía descarado frente a mí, una horda de pequeñas criaturas. Sus monstruosas risas se convertían a tal grado en carcajadas endemoniadas. Y tengo que admitirlo, en ciertas brevedades de segundos, me resultaban un tanto contagiosas. Pero no comprendía el origen de sus incesantes alaridos de diversión descolocados del mundo de la cordura y la atención. Algunos me señalaban, otras tiraban sus palomitas al suelo, uno que otro se revolcaba en el piso, sufriendo por grandes cantidades de risa, haciendo un recorrido desde sus estómagos hasta sus diminutos cerebros; pero..., ¿por qué? Como de rayo y de golpe entre la multitud, noté que había una niña de cabello rubio y ojos verdes, lucía un vestido de color rojo con lunares blancos, le colgaba desde el hombro hasta su pequeña cintura, un diminuto bolso azul marino, de igual modo, portaba un ridículo sombrero blanco con un limitado moño brillante color dorado. Ella no reía como los demás niños, sino más bien tenía un rostro de ve

Rosario

Soy como el pez de los abismos, ciego.   A mí no llega el resplandor de un faro.   Perdido voy en busca de mí mismo.   Juan José Arreola.     Llego a la cita pactada de tu presencia ornamental que yace inerte como si me estuvieras esperando desde hace mucho tiempo atrás fragante en tu paciencia vigorizante. El amor carece de respuestas para dicho encuentro entre tú y yo, simplemente nos acontece y nos abrazamos sin apariencias. Tu nombre simula el instrumento para rezarle a mis más íntimos pecados en la rutina de tu ausencia, querida Rosario. En tu entrada te resguardan unas arqueadas barreras de cristal que se deslizan amablemente, dejándome entrar en los latidos de tu corazón. Al armarme de valor, me introduzco dentro ti con ingenuidad y asombro. Tu colosal perímetro desarma mis pupilas expectantes. El techo de tu ser me trasporta a un recinto africano acompañado de tus plantas que desbordan una delicada y húmeda naturaleza. Me siento un microbio vestido de inocencia que

Reflejo

Me observas mientras escribo frente al espejo. Cruzamos la mirada tajante, retadora, los dos nos odiamos a pesar de compartir el mismo rostro, queda en mi egolatría la sensación frenética de no saber si yo soy la persona real y tú el reflejo de mi ser. Te veo escribir de igual manera. La intriga me abofetea insinuando mi inocencia. Será acaso que yo sea el reflejo y ordenes a mi alma y cuerpo copiar cada movimiento que haces. Dirijo mi atención al texto frente a la computadora para darme cuenta de algún error ortográfico, para que así no me juzguen mis lectores al momento de leerlo. Vuelvo la vista hacia el espejo esperando volver a intercambiar miradas; más sin embargo, noto que sigues escribiendo. Mierda, esto debe de ser un sueño, sí, de seguro me quedé dormido y estoy teniendo una pesadilla. Me impresiona la intensidad de verte seguir escribiendo, denotas furia, una   mirada tan esquizofrénica. Trato de serenarme al pellizcarme en mi brazo derecho; me ahoga la ficción. No estoy s

El origen

En el comienzo de lo inexistente la oscuridad emergía abrazando al universo en un velo carente de ruido y gloriosa soledad. El espacio yacía ausente de luz y vida. Cuando de repente…, un chispazo provocado cual fósforo encendido a una velocidad que declamaba iluminar el terreno baldío de lo desconocido por pupilas cristalinas de miradas místicas, revolucionó la galaxia enteramente y radicalmente, haciendo así, una detonación catatónica descomunal arrastrando consigo una expansión telúrica que se esparció y dio origen a la vida, todo esto acompañado del riesgo que los dioses preveían de la certeza de lo causal que sería crear una estrella nueva llamada sol y demás planetas en una naciente galaxia. Dicha riesgo, contenía la letal causalidad del efecto de atraer seres ajenos provenientes del inmenso cosmos infinito, seres corpulentos de una talla divina y de una envergadura majestuosa, dispuestos a obtener el dominio de cualquier luz destellante a como diera lugar en el cosmos. Al arriba

El guardián del jardín

La luminiscencia del sol cabalga en trayectoria por debajo de mi puerta siendo esta el único signo de luz en la cavernosa habitación que da hacia el opulento jardín verdusco. (Un pedacito de naturaleza domesticada en la comodidad de mi hogar). Aquel zorro blanco como la nieve, añora salir a realizar sus necesidades fisiológicas. Al no aguantar más, mis ronquidos envueltos en las sábanas polvorientas le provocan una mirada de hartazgo hacia a m í . Decide traspasar la puerta con su perspicaz magia para perderse así entre los arbustos danzantes. Al adentrarse hacia la naturaleza viva, se liberan pequeñas esporas que viajan con el viento hacia la habitación escurriéndose bajo la puerta en dirección hacia mi profunda respiración. Ya para ese entonces mi boca estaba a punto de derramar un gran río de saliva en la almohada. —Diablos..., ¿qué hora será? —balbuceé desde el limbo de los sueños aún semidormido—. Yiko…, seguro volvió a desesperarse y salió sin mí. Creo que soy un mal guardián

Nostalgia andante

Caigo en cuenta del tesoro que carga mi corazón. En los sueños; mi infancia transcurre a colores, arruinando la sonrisa amarga que brota a ratitos por el simple hecho de observar mi reflejo: ya viejo y descolorido. Caigo en cuenta de que las banquetas de la calle ya no son más el escenario, donde múltiples historias juguetonas derrocharon alegría. Caigo en cuenta de que mis juguetes se han vuelto tumbas mudas incapaces de relatar los relatos más épicos que en un momento se regocijaron de contar con los finales más emotivos que ni Hollywood podría llegar algún día a concretar. Caigo en cuenta que el tiempo y los espejos son los grandes señaladores que sentencian mi ahora inexistente infancia corporal. Caigo en cuenta que mi sombra ya no juega conmigo, que los días son más largos, y que al dormirme en el sillón ya no despierto por arte de magia en mi cama. Caigo en cuenta que la voz monstruosa que me obligaba a comer de niño, simple y llanamente se preocupaba por mi bienestar

Más yo

Soy y no soy, me siento vacío siendo frente a los demás. Tengo un sabor del absurdo, me revuelve el pensamiento, me provoca un malestar de no pertenencia social. Me miro en el reflejo del café, lo que se refleja ya no me pertenece. ¿Será mi llamado al desapego de la apreciación de contrastes falsos y múltiples sentidos a la existencia? Eres tan cruel filosofía, gracias a ti me creas conflicto en las propias clases de filosofía. Quiero entenderte; al entenderte me alejas de ti misma. Es como si fuera absurdo emprender el rito de tu comprensión, lo que antes era asombro ahora es conflicto, caigo en el absurdo de creerme un intelectual superior de pacotilla frente al ignorante, cuando en realidad todos somos ignorantes de algo. Me veo frente al espejo, en él, me pruebo todas las máscaras que he inventado. La que más me produce nausea, es en la que uso camisas y lentes, y pongo mi mano en la barbilla asemejando que escabullo al mundo de la razón, cuando no hay razón para tener razón. Fin

Dulce despertar

Las manecillas del reloj sentencian mis latidos, mis manos se encuentran cansadas, llenas de grietas donde se ha acumulado el tiempo. Palmas arrugadas y manchadas que la vida se ha encargado de pintar con su fino pincel. Yace en la pintura de mi autorretrato una eterna figura agotada de vivir. Retumban los golpes en la puerta invadiendo el silencio de la habitación que se encontraba en pausa. La encargada de salvaguardar mis últimos suspiros se manifestaba extendiendo en sus delicados brazos la venida medicinal para perpetuar mi agonía, haciendo que el dolor del cáncer   provocado por mis pulmones, tomara un descanso bien merecido, las pastillas se habían convertido en mi limbo personal, apaciguando los golpes enfurruñados de la maldita enfermedad.  Al cerrar la puerta de la habitación impregnada de mí esencia, la enfermera comienza su ritual de complacencia, desabotonando así su uniforme, manifestando su desnudez que empalmaría con mi cuerpo anticuado. La escena se tornaría en cámar