Contienda de lumbre

                                                                                                            “La vida es una guerra sin tregua, y morimos con las armas en la mano”.

(Arthur Schopenhauer)

 

La rutina del choque de espadas hizo denotar a las nubes en el cielo como si fueran simples pedazos de algodón inofensivos en aquella tarde.

—¡Hoy toca morir, caballeros! —exclamó el Rey.

—Estoy planeando mi muerte desde que nací. —murmuró Erik entre dientes, antes de escupir sangre al suelo.

El combate continuó, las espadas se hundían con tal brutalidad como si sus hojas exigieran sangre a gritos, los filos de dichas armas; gotearon en la tierra de manera lenta, mientras la multitud aplaudió el esfuerzo de cada contrincante.

El Rey Huk miró al cielo meditabundo, el cielo se convirtió en un espectáculo eléctrico de destellos. El Rey dueño de todo y, más allá del reino de Agambent, se puso de pie y exclamó:

—¡Acaben de una maldita vez! ¡Quien muera hoy no me interesa! ¡Mi tiempo vale oro! ¡Sucias carnes de matadero con armadura! ¡Terminen de una buena vez! ¡Bestias de circo!

Terminó su furia alzando su brazo. Señaló al cielo nublado con su dedo índice brillante, el cual, portaba unos anillos de hierro con incrustaciones preciosas.

La escena se tornó en cámara lenta. Gotas de lluvia suspendidas encima de la multitud con el rostro del Rey furioso señalando al cielo. Un destello de luz de color plateado, se desprendió de aquella tormenta eléctrica en dirección a la mano del Rey. Un rayo letal que, se abrió camino muy despacio en el paisaje de color gris lleno de sangre. Dicha descarga de millones de amperios y volteos, se enquistó en el dedo índice del Rey Huk, lleno de bestiales rugidos sonoros, y, dejándolo muerto al instante, su cuerpo se tornó de colores rojizos; como la lava de un volcán frenético.

Muchos rostros sonrieron, otros desbordaron manantiales de lágrimas ante el horror de la situación que procedió.

Su Reina había muerto hacía varios años atrás, dejando al Rey Huk viudo y sin hijos herederos al trono.

—¡¿Qué esperan?! Este combate ya no implica solo salvar sus miserables vidas. ¡Ahora pelearán por ser el nuevo Rey de Agambent! —demandó el consejero en turno del Rey.

Los dos caballeros estuvieron a punto de alzar sus armas para indicar su aprobación ante la nueva tarea demandada. Pero en ese aire húmedo que solapaba a todos, dos flechas cortaron las gotas de lluvia de manera violenta. Estas flechas puntiagudas, se incrustaron en un espacio muy tenue entre los cascos y los torsos de las armaduras de los guerreros en combate. En este breve deslumbramiento de piel, las flechas atravesaron los cuellos de ambos guerreros.

Dos cabezas con casco rodaron entre el lodo y bajo la lluvia. El silencio imperó en todos los presentes que yacían con miradas de asombro.

Dos mujeres de cabellera dorada salieron de entre los árboles frondosos. Alzaron sus arcos ante la inminente puntería de sus letales flechas con punta de colmillo de Dragón.

Las personas presentes del reino de Agambent, corrieron despavoridas, derribaron todo a su paso, creándose así, el caos al ver a las guerreras de lumbre.

En la mirada de ellas se notaba el color del fuego. Sus botas con escamas de dragón, pisaron los sombreros de paja de los aldeanos en su andar hacia el castillo de Agambent. En sus manos izquierdas: portaban colosales escudos llenos de sangre y quemaduras. En estos escudos, se podían diferenciar los logos del Dragón negro, Zerdrek. Sin duda, dichas guerreras provenían de los pilares de plata que bajaban de los montes celestiales del reino de Arkang.

 

***

Una vez resguardado en una casa muy humilde de barro, el hijo de Erik, lloraba en silencio, mirando el caos ocasionado por las guerreras que habían asesinado a su padre.

—Estoy harta de que nuestra madre nos encomiende tan mundanas tareas. —vociferó Mek, en un tono de burla.

—A mí me resulta interesante conocer más de cerca a los mortales. Me resultan muy primitivos. —exclamó Ziara, con un tono de ironía.

Ziara y Mek recorrieron el castillo de piedra con sonrisas burlonas, mataron a todos los que se interpusieran en su camino hacia las bodegas subterráneas; del ahora cadáver, Rey Huk. Su encomienda era recuperar los diamantes de lágrima de Dragón que, faltaban y estaban incrustados en los grandes pilares de plata. Estos serían la fuente para que el reino de Arkang se mantuviera flotando en los cielos. Al perder incrustaciones que los mortales usaron como tesoros vanos, el reino de los cielos perdería su nivel de altura.

—¡Eureka, hermana! —dijo Mek con cierto brillo en sus ojos—. Tenías razón, aquí yacen los diamantes, más los que le quitamos de la mano a ese tonto de su rey con aires de grandeza. ¡Quedó hecho cenizas el pobre!

—No lamentes la muerte de ningún mortal, Mek. —exclamó Ziara furiosa—. Él se lo ganó, nuestra madre y su gente llegaron a tener un acuerdo en el pasado.

Mek se limitó a protestar en silencio, comenzó a juntar todas las piedras de lágrima de Dragón que los humanos habían robado y usado como joyas preciosas.

—¡Listo, vámonos de aquí! —gritó con alegría Mek—. Larguémonos ya de este horrible lugar. Estar a nivel de tierra me está dando náuseas.

Al llegar a Arkang, depositaron los diamantes robados en un pequeño orificio en la punta de los pilares sagrados. Estos cayeron en forma de espiral hasta colocarse en su posición original. La ciudad recobraría su altura habitual en los cielos.

Doce años transcurrieron sin ninguna novedad entre ambos reinos.

—Todo está listo, Rey Yarak. —comentó Gara en voz baja mientras, Yarak, entrenaba tiro al blanco con toda clase de cuchillos extraños.

Gara sería muy joven para su cargo de consejera; pero le resultaría demasiado fascinante y de mucha ayuda al joven Rey. Gara, aparte de ser una gran estratega, era una efusiva inventora en cuanto artefactos de batalla se refería. El Rey Yarak, era una celebridad nueva en la historia del reino de Agambent. Tras múltiples batallas al trono, se convirtió en el nuevo monarca. Yarak, desde pequeño venció a grandes caballeros, cada muerte resultó muy sangrienta y despiadada.

Una vez inmersos en el laboratorio de Gara, a Yarak le agradaron bastante los diseños de una armadura que se encontraba en una larga mesa; con cientos de artefactos y distintos borradores de diseños novedosos. Los moldes de la nueva armadura tendrían que estar listos muy pronto. Ya que la base de su material estaría hecha, principalmente de diamante de lágrima de Dragón. Se tendría que tener una elaboración muy veloz al robar los diamantes para la batalla que se estaba gestando. El Rey Yarak, en años atrás, juró venganza en cada lágrima por la muerte de su padre Erik.

—Ah, y también quiero diez de estos artefactos para el día del robo.  —expresó de manera soberbia el Rey Yarak—. ¡Todo tiene que salir a la perfección! Confío en ti, Gara.

 

***

—Gran madre, el reino ha vuelto a perder altura, si sigue así, no tardará mucho en hacer colisión con la tierra de los mortales. —exclamó Ziara, en reverencia frente al trono de la Reina Arkang.

—La codicia y la voluntad de deseo hacia lo material es la gran tumba de los mortales. —entonó en voz alta la gran madre mientras las consejeras le colocaban su armadura de zafiro negro.

—¿No estarás pensando en enfrentar tú sola a los mortales, o sí gran madre? —expresó Mek con inquietud, ya que la Reina Arkang, tenía siglos sin pisar tierra y, moría de ganas de ser su acompañante de honor. Por alguna extraña razón, a Mek siempre le era reconfortante ver morir a los mortales.

—Si me permite, gran Madre —dijo Ziara en un tono suave con serenidad en el rostro—. Lo más conveniente es que nos envíe primero a Mek y a mí, para hacer un análisis previo. Al parecer se han robado más cristales de lágrima de Dragón desde la última vez.

—¡Alto! —exclamó la Reina de Arkang—. Tienes razón, Ziara. No tengo que ensuciarme las manos con esas ratas salvajes. Les ordeno recuperar cuanto antes los cristales, lleven con ustedes dos Dragones y un Troll para que vean quien manda, y así, aprendan a respetar a sus Diosas.

—Así será, gran Madre. —dijo Ziara con seguridad.

Mek y Ziara eran las mejores en acatar órdenes y obtener con éxito cada misión. Nacieron para la batalla.

En los aires decadentes de altura, la orden estaba dada. En la tierra del hombre todo era acción. Grandes cantidades de diamantes cayeron en diversos contenedores de madera que eran rápidamente transportados hacia el laboratorio de Gara.

—¡Es suficiente, regresen a sus puestos de batalla! —ordenó el Rey Yarak.

Una vez reunido el material necesario, todo era un caos en el laboratorio de Gara. Se divisaba desde una vista cenital en dicha escena, a muchos asistentes recorriendo a toda prisa cada rincón del laboratorio. Los cristales se fundían en un líquido brillante de color azul claro en la armadura y espada, todo al molde correspondiente al cuerpo del Rey Yarak.

La nueva armadura relucía un brillo despampanante. Cada extremidad destacaba por lo puntiaguda que ostentaba. Escamas de Dragón recorrían cada espacio del traje de diamante fundido. El casco asombraba a los ayudantes de Gara, por los grandes cuernos filosos. La espada adquirió un color blanco diamante en un tono azul rey. El Rey Yarak estaba orgulloso del trabajo de Gara.

Un estruendo retumbó en todo el reino de Agambent.

El Troll cayó del cielo, retumbó en una onda expansiva de viento mezclado con tierra en todo el reino. Algunos árboles cayeron, junto con las casas hechas a base de barro que colapsaron con el enorme movimiento sísmico, provocado por aquella criatura grotesca de tres ojos con armadura metálica.

Todos los guerreros rodearon la zona de los pilares sagrados, sus rostros reflejaban el miedo por mirar aquella criatura de siete metros de altura que, portaba una enorme hacha; elaborada a base de colmillos de Dragón.

Un silencio casi eterno se apoderó del campo de batalla. Nadie se atrevía a dar el primer acto de lucha. Solo un soldado de nombre Yiru, se atrevió a dar unos pasos adelante, quedando a la vista del Troll. Portaba un arco que alzaba con ambos brazos simbolizando el nulo impacto que causaba la gran criatura ante sus ojos. Yiru, se volteó dándole la espalda al Troll que se encontraba sediento de muerte. En la mirada de Yiru, se denotaba un brillo de seguridad y de esperanza. Inflando el pecho, entonó un grito largo que salió directo desde su corazón:

—¡Que nuestras armas apunten al cielo, que la misma historia nos alcance con dignidad hacia nuestros descendientes! ¡Morir juntos es el mayor consuelo! ¡Gritemos juntos en hermandad! ¡Gloria a Agambent y al Rey Yarak, todos somos uno, y a la gloria vamos, caballeros!

Yiru, fue interrumpido en su grito de guerra, debido a que el Troll le lanzó su hacha enorme, partiendo a Yiru en dos pedazos.

Los guerreros de Agambent se conmovieron por el acto valiente de Yiru. Alzaron sus arcos y espadas contra el Troll, dirigiéndose velozmente a enfrentarlo mientras pasaban con sus pies a un costado del cuerpo de Yiru; dividido en dos pedazos envueltos en sangre.

—¡Por el Rey Huk, por Yiru, por el Rey Yarak, por Agambent! —exclamaron en un grito al unísono todos los guerreros en batalla.

En un instante de brillo perpetuo y fugaz, Ziara y Mek caerían de los cielos en cámara lenta. Sus armaduras relucían esplendorosas, esculpidas por las diosas guerreras.

Parecía que dos ángeles furiosos envueltos en armaduras deslumbrantes vinieran a sentenciar el fin de la vida en los mortales. Los ojos les ardían de rabia. Pero antes de tocar tierra, múltiples flechas relampagueantes se dirigieron hacia ellas. Las flechas atravesaron fácilmente sus armaduras, quedando sus cuerpos incrustados en los pilares sagrados de plata.

—¡Tenías razón, Gara! ¡Las diosas solo son inmortales en el reino de los cielos, fuera de él, se convierten en simples mortales! —gritó el Rey Yarak, tras ordenar a sus arqueros lanzar las más flechas del material de lágrima de Dragón contra Mek y Ziara.

Los rostros de ambas quedaron petrificados. Sus cuerpos se tornaron de piedra, sus restos envueltos en sangre, cayeron al suelo convirtiéndose en múltiples trozos de granito.

Mientras el Troll se encontraba en cuclillas, dispuesto a vengar la muerte de las guerreras con quienes solía entrenar desde que éstas eran pequeñas. La orden del Rey Yarak, mientras se dirigían a enfrentar a la gran bestia, fue la de derribar los pilares sagrados con grandes catapultas diseñadas por Gara. Dichos instrumentos de batalla eran colosales, guardaban piedras de la misma envergadura, eran diez catapultas que apuntaron a los pilares sagrados. El Rey Yarak, dio la orden de alejar a su gente cerca de la zona de impacto. Los pilares cayeron de manera violenta, dichos trozos de piedra sagrada, envueltos en diamantes azules, destrozaron los huesos del gran Troll que resguardaba los restos de piedra de Mek y Ziara. El gran Troll no cumplió su venganza en ese momento, murió protegiendo a lo que más amaba. Mientras los trozos de los pilares sepultaron su cuerpo, muy en el fondo, sabía el Troll quién sí podría vengarse y destruir el reinado de los mortales. Sus últimas palabras del Troll fueron: «Salve, reina Arkang».

La ciudad de los cielos cayó. Los pilares sagrados colapsaron, haciendo perder el efecto mágico de todo el reino flotante sobre los cielos.

La Reina Arkang sintió desde el primer momento la muerte de sus amadas hijas. Ese tipo de cosas no se saben, se sienten. Se mantuvo en duelo, destrozando todo en la habitación. La ciudad que tanto le había costado forjar, colapsó en la tierra.

Los ojos de guerreros, herreros, científicos, pueblerinos, agricultores, más la mirada de Gara, y el Rey Yarak; se encontraban agasajados con la belleza que les resultaba ver caer por los cielos el reino de Arkang. Los Dragones de Ziara y Mek, más el Dragón negro, Zerdrek, volaron en círculos soltando lágrimas alrededor del castillo de la Reina Arkang.

El reino de Arkang y Agambent, una vez más, compartieron el suelo en la tierra.

—¡Habitantes de Agambent! ¡Les ordena su Rey, matar a todo habitante de lo que queda del reino de Arkang con sus nuevas armas! ¡Recolecten todas las lágrimas de Dragón que sean posibles, y llévenlas a mi castillo! —ordenó el Rey Yarak.

La Reina Arkang, derramó lágrimas que le brotaron de su hermoso rostro, se sentía destrozada; pero, furiosa por dentro. Su armadura negra brillaba en los pasillos de su castillo al recorrerlo con paso firme. Se dirigió hacia sus Dragones, dispuesta a quemar completamente todo el reino de Agambent. Se encontró en el jardín real, hecho añicos. Todos los dragones, más las enormes criaturas se encontraban allí, impacientes sin saber qué hacer. Alistaron sus armaduras al ver a su Reina, al verla, de inmediato sus rostros se tornaron valerosos, ahora podían vengar al gran Troll, y a sus preciadas guerreras, Mek y Ziara.

El reino de Agambent estaba rodeado; pero, Gara y el Rey Yarak, estaban preparados. Crearon cañones que rodeaban los escombros del reino de Agambent. Las balas de cañón contenían fragmentos de diamantes de Dragón. Al explotar, se proyectaron como una lluvia interminable de cuchillos hacia los habitantes de Arkang.

—¡No quiero que dejen a ningún mortal vivo! —expresó con ira la Reina Arkang a sus criaturas y Dragones—. ¡Zerdrek! Tú irás en todo momento conmigo, es tiempo de conocer al nuevo Rey de Agambent y dejarlo hecho cenizas.

La contienda de lumbre daría inicio…

                                                                                               


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