La atracción

Ésta es una de las tantas historias halladas dentro de lo más íntimo que sucedió alguna vez; no fue contada en el boca a boca para que se traspasara al conocimiento abierto al público. Y esto involucra a una atracción de una extraña feria que vagaba de pueblo en pueblo. No era cualquier atracción; el letrero era claro: “Pase a mirar su destino a través del espejo maldito”, el cartel lucía unas letras rojas con un estilo ensangrentado y verde fosforescente; una mezcla de colores digna de un circo ambulante fuera de lo habitual. Y es que había muchas personas escépticas, nadie creía que un espejo pudiera reflejar el destino de cada persona. Hasta que entró el primer valiente. El encargado de cuidar la pequeña carpa de un color amarillento desgastado, era un viejo ciego con las pupilas blancas que portaba un sombrero de copa muy alta. “El primer cliente”, dijo después de soltar una risa rasposa acompañada de una tos seca y escandalosa. “Pase bajo su propio riesgo, le advierto, no todos están dispuestos a conocer su propia muerte”, volvió a decir en un tono que sonaba casi a murmullo. El espejo reflejaba el momento exacto de la muerte de cada persona al encontrarse de pie frente al reflejo de aquel cristal sucio. El rumor se esparció, y hubo casos en que se comprobaron las muertes; por medio de los periódicos locales, o al visitar los panteones olvidados donde se había estacionado la feria ambulante. Unos avistaban su muerte a largo plazo, otros la descubrían de manera próxima. Unos apreciaban su muerte tranquila, envuelta en paz, otros se horrorizaban al saber que morirían de manera trágica y dolorosa: accidentes graves, incendios, muchos salían con la cara pálida al contemplar el reflejo de sus cuerpos envueltos en llamas y ver sus caras derritiéndose por el fuego. Gracias a ese gran suministro de muertes visualizadas, la atracción consiguió volverse muy popular por algún tiempo. Las filas eran extensas alrededor de la jornada circense. Muchos, incluso pagaban de más para estar al corriente de la muerte de algunos vecinos o colegas del trabajo de oficina. Hasta que llegó aquel fatídico día, un padre de la iglesia del pueblo no resistió la curiosidad, quiso avistar su muerte; éste moría en un linchamiento organizado por toda la comunidad. El padre salió con un rostro descompuesto; con una mirada de desesperación y demencia en extremo. Quién lo diría, un padre que no puede aceptar su propio final, así como así. Al querer evitar su propia muerte de manera súbita. Un buen día tomó su gran camioneta cuatro por cuatro. Consiguió tomar una velocidad acelerada, y…, aquí está la paradoja, ¡qué irónico que cientos de personas hayan muerto en una fila para una atracción donde esperaban pacientemente conocer su propia muerte mientras eran arrollados por la camioneta del sacerdote desquiciado! La vida tiene su lado satírico, lamentable, pero satírico. El padre logró entrar a la carpa vieja con el espejo dentro. El viejo ciego de la entrada solo escuchó el sonido de sus huesos desmembrándose al pasar por debajo del vehículo a perfecta rapidez. El espejo yacía resquebrajado y quemado por aquel sujeto preso de su propia devoción. Pero no contaba que, por dicha acción, familiares de los fallecidos en la fila de atracción, lo lincharían dentro de su iglesia en unos cuantos días de lo suscitado por su camioneta; sintió el dolor de los clavos en sus extremidades y el fuego propagándose por su cruz improvisada y elaborada con pedazos de árboles que astillaban todo su ser. La atracción se fue olvidando poco a poco y, la realidad se convirtió en mito, el mito se transformó en cuento, un cuento publicado por alguien desconocido que casi nadie leía, y que cuando lo leían, lo tomaban como un cuentista de pacotilla, de cafetín, que inventaba historias absurdas y de una falta de estética literaria en demasía.

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