Brebaje rojo
El cielo comenzó a tornarse color grisáceo, las nubes refunfuñaron enaltecidas su ira al anunciar una ostentosa tormenta que, en su despampanante música de tronidos, nubes dignas de las más salvajes oberturas de una pieza clásica en pleno apogeo orquestal, propiciaron el descenso de la primera gota. La escena acompañó a dicha gota en su viaje desde lo más alto del cielo, hasta enquistarse en la frente del rostro desvanecido de nuestro protagonista, que sangraba, que exhalaba de dolor, más el sonido de cada gota al caer de su cuerpo, en un charco sepulcral estancado por su propia sangre: ¡Ploc! ¡Ploc! ¡Ploc! Los múltiples flecos de cuero con puntas metálicas de aquel látigo fustigante, desgarraron su piel molida, dejándola así expuesta a algunas zonas de hueso lúcido. Ríos y ríos descendieron de cada despiadado latigazo sobre su cuerpo marchito. En su mirada no había lágrimas cristalinas de dolor, sino, lastimosas lágrimas de color rojizo que caían de manera lenta: ¡Ploc! ¡Ploc! ¡Ploc!