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Monumento eterno

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  Monumento eterno, hombre en estado salvaje, animal humano de caos y orden, potencia flotable de lo influyente, vestigios de hombres nómadas, forjadores de la gran Polis Ateniense, mitos, Dioses y Hombres, militares escépticos ante el lío, lucha obligada, aspiración al miedo, seguridad y bienestar en juego, civilización endeble  ante la política infecunda, Talasocracias de mares impolutos, Tucídides observa, Tucídides delibera, Tucídides reconsidera, Creta contempla el silencio del viento, las alianzas retumban en los nimbos, avenencia de cesación ante la catástrofe, cuerpo y espíritu en armonía. La locura rebrota entre el céfiro, un rugido germina ambicioso, la carne glorifica su génesis, la sangre pulsa la astucia, la guerra como cruel instructora, el fanatismo aclama a su padre, la codicia ante los intereses discordes. Destructor de vínculos maquinales, Tucídides alerta, Tucídides discurre, Tucídides pondera la máscara del

Deleite

Un deleite. Pasos insistentes. Una gabardina larga y vieja de color negro. Mis dedos pasando por mi cabello largo sobre la oreja izquierda. Un vagón de metro. Una noticia en el periódico. Mi rostro oculto entre la agotada multitud. Puertas del transporte público abriéndose. Gotas escurriéndose en las escaleras al salir de la estación Chabacano. Un paraguas rechinando al desplegarse de manera forzada. Luces blancas y amarillentas de varias casas. Un cigarro húmedo. Un encendedor robado. Una dulce bocanada de humo bajo el paraguas sobre la lluvia recia. Una casa rústica. Una puerta. El timbre que funciona en su mediana capacidad. Gatos asomados en la ventana para apreciar a un posible intruso. Una colilla de cigarro pisada en la entrada húmeda. Una puerta que se abre en su mínimo porte. Una mirada femenina asomada. Una voz cansada: «Pasa». Una gabardina mojada, vieja y olorosa mal colocada en un antiguo perchero de madera. Un paraguas goteando sobre la alfombra del interior. Una copa de

Hábitos

Prófugo y esquivo, diurno melancólico, estafador de olvidos, reinventor de batallas, testigo perseverante, ruin torturador de suplicas, comensal de sueños escurridizos, luchador invisible, contemplador de amarguras, sepultador de suicidios, tenas vencedor de lo absurdo, corredor estático, bebedor de versos agrios, señalador de paisajes, aviador de páginas turbulentas, bailarín del silencio, músico textual, vendedor de letras, asistente de lo fugaz, secuestrador de sombras, analista de nubes, estadista de lágrimas, matemático cacofónico, experto de inapetencias, vigilante de mi alma, arqueólogo de párrafos, reseñador de miserias, habitante de hábitos inexistentes.

La atracción

Ésta es una de las tantas historias halladas dentro de lo más íntimo que sucedió alguna vez; no fue contada en el boca a boca para que se traspasara al conocimiento abierto al público. Y esto involucra a una atracción de una extraña feria que vagaba de pueblo en pueblo. No era cualquier atracción; el letrero era claro: “Pase a mirar su destino a través del espejo maldito”, el cartel lucía unas letras rojas con un estilo ensangrentado y verde fosforescente; una mezcla de colores digna de un circo ambulante fuera de lo habitual. Y es que había muchas personas escépticas, nadie creía que un espejo pudiera reflejar el destino de cada persona. Hasta que entró el primer valiente. El encargado de cuidar la pequeña carpa de un color amarillento desgastado, era un viejo ciego con las pupilas blancas que portaba un sombrero de copa muy alta. “El primer cliente”, dijo después de soltar una risa rasposa acompañada de una tos seca y escandalosa. “Pase bajo su propio riesgo, le advierto, no todos es

Lo nuestro

Es la luz que apagaste, el tiempo que ya no existe, la eternidad perdida, los juramentos al aire, la taza de té amargo, nuestros rituales gastronómicos, los buenos consejos ignorados, las caricias que no quisimos, la luna llena que no miramos, las empatías no dadas, las cartas inexistentes, el cansancio de nuestras miradas, los orgullos afinados, las manos ocupadas, el infantilismo mutuo, las metas de otras personas, la presión de los amigos, el no esperar, el no rogar, los silencios largos, las canciones de olvido, las terceras compañías, las soledades deseadas, la muerte de ambos…

Ruega por mi alma

Ruega por mi alma, simple y llanamente. Arroja pétalos benditos. Deséame un llano bienestar en donde el alma se esparce y donde la tierra huele a muerto.   Ruega por mí, por mis desdichas, por mi apatía hacia lo sagrado. Esparce mis cenizas delicadamente, siembra rezos y mis recuerdos vagos.     Arrójame mezcal, mi sabor deseado. Vida de mi sangre, mi sangre tersa. Siembra el nopal cerca del pozo santo. Ruega porque no pierda el silencioso paso.   Ruega por mi alma y mi corazón ausente. Ruega por mi gente, gente que me quiso fuerte.   Ruega, te lo imploro… Ruégale a la lluvia y a la flor, a lo que amé y no me amó, pero ruega por mi dolor.   Ruega por mi alma, porque cuando tú mueras, nadie nunca más lo hará...

Un deseo

Como un despreciable y último esfuerzo, me he propuesto; cansado y en constante duda, una ilusión, un último deseo sacado desde lo más íntimo de mi pecho. Ese anhelo, ese suspiro interno que me ha carcomido desde la aparición de mis sentidos. Me siento hambriento y sediento de culminar dicho deseo. Un deseo emergente desde la soledad, no una soledad adulta, una soledad que ha permeado desde la niñez. Un tierno deseo olvidado por esa inútil persecución de llevar una vida normal, esa aspiración burda de fingir que el dinero no lo es todo, pero ir tras él de manera recatada y con una dignidad hecha de papel. Me siento un síntoma que nadie mira. Un síntoma del que nadie sospecha, me siento enfermo de creer que puedo ver al duende. Me siento verde de la náusea Sartreana, tengo vómito de tanta ideología política, religiosa, filosófica, literaria y de género. La rutina me ha crucificado en una cruz de ansiedades: ser, hacer, complacer, demostrar, dejar huella, tener, tener y sentirme más que

La vida, la muerte, el pacto, las batallas...

La vida, la muerte, el pacto, las batallas, el ciego, los testigos, el alma, los conventos, la niña, los sirios, el féretro, los velorios, el desapego, la cuchilla, el rezo, las plegarias, el alivio, la impotencia, los olvidos, los demonios, la soga, los sumisos, el incienso, el desgaste, la seducción, el asesino, el velo, la sangre… Desahuciada, calcinada, expuesta, rígida, volátil, joven, catorce, masacrada, moretones, heridas, órganos, pistas, uñas, semen, huesos… Sangrando, ardiendo, muriendo, desgastándose, apuñalando, planeando, siguiendo, revolcándose, agonizando, arrodillándose, inmutándose, sufriendo… Antes, ella, él, ahora, unidos, dentro, certeza, víctima, violación, tanta, tan adentro, debajo, acoso, cercanos, para siempre, sueños, recuerdos, demasiados, ¡demasiados!... Lo siniestro, lo santísimo, lo legítimo, lo robusto, lo caluroso, lo callado, lo asfixiante, lo húmedo, lo fatal, lo único, lo virginal, lo purísimo, lo retorcido, lo satánico, lo palpable, lo intocable…

Miguel y Bárbara

Miguel toma su gasa. El dos ya no es dos y el siete ya no es siete. Bárbara ahora es Barbie, y Miguel, alias la “Rata”, ahora se autoproclama: “Mickey el Mouse”. De ser el ladrón más prolífico de la colonia ahora es campeón de mnemotecnia. No sólo es un maldito genio, también, multimillonario; es un experto en apuestas y en juegos de casino. La mitad de su dinero lo invierte en su esposa para que luzca, literalmente, como una muñeca. Ya no pertenece al mundo de los mortales; su mirada ahora es de orgullo y mira hacia abajo a todo a quien osa dirigirle la palabra. Miguel remoja su gasa. Ahora puede llevar sus sueños más fantasiosos a la realidad, su caminar es acompañado de grandes vestidos de marcas y trajes de diseñador de alta gama. La gente a su alrededor los mira con asombro. La ley los ignora de manera casi burda. El caminar de ambos es discreto, portentoso, elegante, tambaleante. La dama toma una revista de un puesto de periódicos, y se percata de que él y ella, lucen hermosos en

Tinta de mi corazón

Tarde brota mi sentimiento peregrino, complaciente, blanquecino, tan colmado y en derrota. La pintura yace airosa, la pintura yace efímera. Pinto en brochas piedades; las más faustas y llenas de bondades. Mezclo delirios y flores en una tenue aclaración, irrigada en surtidos de colores: Amarillo, violeta, blanco y marrón. Rugen las nubes y se aquieta el rocío en una fosforescencia inerte, descompuesta. El mar se vuelve más umbrío en lo sagaz de su colorida cresta. Cargo un corazón en mis palmas: ¡Vibra, se debilita y ya no pinta, a ras de tierra mis huesos se despintan, transmutándose en un mezcla de llamas! ¡Pinta corazón, ésta última vez, mis letras de amarillo y púrpura, mis versos de azules imberbes, mas mi poesía tíñela de bravura! ¡Ojalá algún día sea complacido, cualquiera lea como se lee una pintura, ya sea engorrosa o presumida, penetre su forma borrosa, contemple los trazos de tinta, una tinta de un corazón que mira!

Rojo atardecer

El teléfono de color negro con lunares blancos sonó, interrumpió el sueño de Larissa. Contestó, escuchó de manera atenta, se frotó sus glúteos desnudos, se acarició de manera juguetona sus pezones firmes. La llamada concluyó. Larissa bostezó, volvió a su cama, volvió a soñar. Despertó de golpe, miró el espacio de sobra en la cama, su amante se había ido sin hacer ruido. El humo del cigarrillo abrazó los rayos del sol provenientes de su ventana. Por alguna extraña razón, no dejó de pensar en la llamada, no dejó de sonreír aún después de bañarse y arreglarse para ir a su oficina en sábado por la mañana. Se montó en su Jeep color rojo que combinaba con su blusa y el color del labial propagado en sus labios gruesos. Una vez que salió de la carretera para entrar en la ciudad de Río de Janeiro, se tropezó con un tráfico descomunal. En el retrovisor se asomó su mirada previa a ajustarse sus gafas negras de sol. Pasó el tráfico vehicular. Larissa sólo vislumbró la conglomeración de gente reuni

Latinoamérica suena

Suena la hoja seca en la cotidiana y lúcida Latinoamérica. Amarilla y de azul celeste, surca al vuelo con sus alas cual mariposa parda en ajetreo. Crujen las distancias en un río de aguas diáfanas. Los te quiero son de color verde y nuestros bailes de color naranja. Rojos son los labios tersos los corrompidos en diversos cantos, más la cacofonía “catastrófica”, esa la que empalma nuestros arranques, nuestros altares, nuestros rituales, nuestras ofrendas, nuestras creencias, la cotidianidad proveniente de las calles.   ¡Esa, esa, en la colorida Latinoamérica! Una tierra donde brillan los sonidos y los colores suenan a tambores. ¡La tragedia es nuestra poesía! ¡Oh, melancólica guitarra vieja! ¡Somos cigarros y fruta fresca! ¡Somos muerte y fiesta! ¡Somos la robusta faena! ¡Somos alebrijes, somos Latinoamérica! ¡Somos un monstruo atiborrado de colores! Y lo que pareciera milagroso, resulta ser solo una hoja seca, danzante y cotidia

Soy desgaste

Soy espíritu Soy caverna Soy la contemplación del fuego Soy la realidad vuelta sombras Soy desdicha y soy testigo Las cadenas son mi lenguaje Soy desdén Soy capricho y soy desgaste Deslumbramiento vil Desgarre de manto Soy semilla Soy palabra y también el canto que no se muestra Soy la pausa de un capullo Soy el pálido tallo seco Soy desdicha y soy vaivén Soy la presa Un retén sin sentido Soy preso de lo sucedido Soy juventud mal gastada Soy destellos Y también Oscuridad mal deseada Soy el silencio vuelto pulsos Soy el desvanecido espíritu Soy la olvidada caverna 

Cero

Mi deseo. Mi acervo. Mi desdicha. Mi vanguardia. ¡Qué tristeza! ¡Y qué tragedia! Que, para ser un buen poeta, se necesita ser un buen matemático. Si a mí, siempre la suma de uno más uno me ha dado cero. Irremediable síntoma, no ser lo que se espera. Vagar en rimas mundanas. Lo que jamás espero.  Navegar en versos libres, sin métodos, sin reglas… Lo que más anhelo. Ser un ser incómodo: Mi vaivén… ¿Cuál deseo? ¿Cuál acervo? ¿Cuál desdicha? ¿Cuál vanguardia? Si todo resulta cero.

Ensangrentado poema

Hay una habitación blanca, secretamente oculta, olvidada. Hay un muerto al abrir la puerta. Alguien culminó con su desconocida vida. ¡Está muerto, bien muerto! No…, más bien asesinado. No hay testigos, no hay huellas. Solo hay sangre derramada. No hay cuchillos, no hay armas, y la sangre sigue brotando. No hay rostro, solo un semblante blanco en la pequeña habitación blanca. El rojo de la sangre borbotea. La herida esta abierta y el pobre hombre esta muerto. Nadie lo auxilia, nadie llama. No hay culpables solo un cuerpo blanquecino que deja salir su sangre. No hay anuncios de despedida. No es suicidio, no fue hastío. Hastío de una vida triste y sin sentido. Es una víctima, es grande su herida. No hay ventanas, no hay miradas. No hay justicia ni venganzas. La sangre no se acaba… No hay indicios, no hay ofrendas. Muevo su cuerpo y solo hay letras. Letras del posible culpable y son solo los versos  que componen  a este ensangre

Soy el deseo de la vida

Soy el cuerpo que se asoma de vez en vez sobre la tierra. Soy los huesos que brotan, combinados con piel pútrida.   Soy un nombre vuelto piedra. Soy el tiempo detenido e interrumpido. Soy ahora un eterno olvido.   Renuente y acorralado, la tierra no comprende. Mis ganas de volver, mis ganas de sentir la vida.   Donde antes hubo ojos, ahora solo hay carne carcomida. Mirada oscura llena de maleza. Desquicio frívolo de la naturaleza.   Soy el deseo de la vida. ¿Por qué la muerte es eterna? Extraño sentir mis latidos, ahora solo escucho a la tierra.   Siento que ya no siento nada, más solo siento la muerte. Siento las raíces de otros cuerpos. Pronto dejaré de ser olvido para hallarme frente a la nada.

Efusiva necedad

Ser la barbarie ideológica, consumada e interpelada, entre agonías enredadas sobre despojos revelados.   Temida es mi palabra y emergente la huida, en ojos que no quieren ver y en bocas que gritan ruinas.   El vulgo nunca entiende; solo quiere entretenerse. El verso bien calculado, y la rima bien pensada.   Soy la agonía simple, la que nadie quiere mirar. Soy la efusiva necedad que escribe y no se cansa.   Que alza sus letras aunque nadie las quiera tomar. Soy un poeta desubicado en la cruel y adictiva modernidad.   La soledad se ha vuelto mi alimento, mi veneno. Ya no hay nada que apreciar. Yo moriré, junto con mis poemas, anhelando que, a mi poesía, alguien y algún día la ha de mirar.

Apelar a Dios

La intención de verte. Sentir el vacío. Intención de sentirte. Sentir tu inexistencia. Inapetente apetito. Sentimiento fugaz. Conmoción en delirios. Rasgar el divino velo. Divinidad oscura. Divina restauración. Apelar a tu existencia. Hallarme sordo; solitario. Hablar a la nada. No hay ecos. No hay resonancias. No hay quién responda. Impugnación de lo Santo. Resolución infernal. Anulación de mis pecados. Injustas sentencias. Enmienda existencial. Incongruente devoción. Discurso inapetente. Apelación injusta. ¡Déjame verte! No hay replicas. Nula revelación épica. Santo calvario asestado. Apelación rigurosa, apelación desventajosa. Arrepentimiento divino. ¡Ven, ya no tardes, Dios! A esta devota intervención. ¡Soy tu sangre! ¡Soy tu cuerpo! ¡Soy tu eterna alucinación!

Existencia

Me he transformado: En la perdurable constipación. En la desnudez de un capricho. En el impúdico desatino no fatuo. En danzas de mareas infames. En un acierto malamente asestado.   Ambiciono ser: El aleteo insistente de un cisne. La ola que se disuelve en la arena. La sonrisa del viejo al despedirse. El viento que atraviesa los árboles. El silbido del ave comunicándose.     Ya no concurro: La nota musical justamente afinada. En la razón acertada e incomunicada. En el habla falaz y llena de impertinencia. En el desdén de llamar la atención. En salvaguardar los destrozos vividos.   Mi vocación: Un tesoro arrinconado. La memoria fugaz. El libro desgastado. La lágrima invisible. La pluma danzando. El sentimiento lúcido. El desgarre acechando.   El vaivén escrito. El Ser acorralado.