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Rosario

Soy como el pez de los abismos, ciego.   A mí no llega el resplandor de un faro.   Perdido voy en busca de mí mismo.   Juan José Arreola.     Llego a la cita pactada de tu presencia ornamental que yace inerte como si me estuvieras esperando desde hace mucho tiempo atrás fragante en tu paciencia vigorizante. El amor carece de respuestas para dicho encuentro entre tú y yo, simplemente nos acontece y nos abrazamos sin apariencias. Tu nombre simula el instrumento para rezarle a mis más íntimos pecados en la rutina de tu ausencia, querida Rosario. En tu entrada te resguardan unas arqueadas barreras de cristal que se deslizan amablemente, dejándome entrar en los latidos de tu corazón. Al armarme de valor, me introduzco dentro ti con ingenuidad y asombro. Tu colosal perímetro desarma mis pupilas expectantes. El techo de tu ser me trasporta a un recinto africano acompañado de tus plantas que desbordan una delicada y húmeda naturaleza. Me siento un microbio vestido de inocencia que

Reflejo

Me observas mientras escribo frente al espejo. Cruzamos la mirada tajante, retadora, los dos nos odiamos a pesar de compartir el mismo rostro, queda en mi egolatría la sensación frenética de no saber si yo soy la persona real y tú el reflejo de mi ser. Te veo escribir de igual manera. La intriga me abofetea insinuando mi inocencia. Será acaso que yo sea el reflejo y ordenes a mi alma y cuerpo copiar cada movimiento que haces. Dirijo mi atención al texto frente a la computadora para darme cuenta de algún error ortográfico, para que así no me juzguen mis lectores al momento de leerlo. Vuelvo la vista hacia el espejo esperando volver a intercambiar miradas; más sin embargo, noto que sigues escribiendo. Mierda, esto debe de ser un sueño, sí, de seguro me quedé dormido y estoy teniendo una pesadilla. Me impresiona la intensidad de verte seguir escribiendo, denotas furia, una   mirada tan esquizofrénica. Trato de serenarme al pellizcarme en mi brazo derecho; me ahoga la ficción. No estoy s

El origen

En el comienzo de lo inexistente la oscuridad emergía abrazando al universo en un velo carente de ruido y gloriosa soledad. El espacio yacía ausente de luz y vida. Cuando de repente…, un chispazo provocado cual fósforo encendido a una velocidad que declamaba iluminar el terreno baldío de lo desconocido por pupilas cristalinas de miradas místicas, revolucionó la galaxia enteramente y radicalmente, haciendo así, una detonación catatónica descomunal arrastrando consigo una expansión telúrica que se esparció y dio origen a la vida, todo esto acompañado del riesgo que los dioses preveían de la certeza de lo causal que sería crear una estrella nueva llamada sol y demás planetas en una naciente galaxia. Dicha riesgo, contenía la letal causalidad del efecto de atraer seres ajenos provenientes del inmenso cosmos infinito, seres corpulentos de una talla divina y de una envergadura majestuosa, dispuestos a obtener el dominio de cualquier luz destellante a como diera lugar en el cosmos. Al arriba

El guardián del jardín

La luminiscencia del sol cabalga en trayectoria por debajo de mi puerta siendo esta el único signo de luz en la cavernosa habitación que da hacia el opulento jardín verdusco. (Un pedacito de naturaleza domesticada en la comodidad de mi hogar). Aquel zorro blanco como la nieve, añora salir a realizar sus necesidades fisiológicas. Al no aguantar más, mis ronquidos envueltos en las sábanas polvorientas le provocan una mirada de hartazgo hacia a m í . Decide traspasar la puerta con su perspicaz magia para perderse así entre los arbustos danzantes. Al adentrarse hacia la naturaleza viva, se liberan pequeñas esporas que viajan con el viento hacia la habitación escurriéndose bajo la puerta en dirección hacia mi profunda respiración. Ya para ese entonces mi boca estaba a punto de derramar un gran río de saliva en la almohada. —Diablos..., ¿qué hora será? —balbuceé desde el limbo de los sueños aún semidormido—. Yiko…, seguro volvió a desesperarse y salió sin mí. Creo que soy un mal guardián

Nostalgia andante

Caigo en cuenta del tesoro que carga mi corazón. En los sueños; mi infancia transcurre a colores, arruinando la sonrisa amarga que brota a ratitos por el simple hecho de observar mi reflejo: ya viejo y descolorido. Caigo en cuenta de que las banquetas de la calle ya no son más el escenario, donde múltiples historias juguetonas derrocharon alegría. Caigo en cuenta de que mis juguetes se han vuelto tumbas mudas incapaces de relatar los relatos más épicos que en un momento se regocijaron de contar con los finales más emotivos que ni Hollywood podría llegar algún día a concretar. Caigo en cuenta que el tiempo y los espejos son los grandes señaladores que sentencian mi ahora inexistente infancia corporal. Caigo en cuenta que mi sombra ya no juega conmigo, que los días son más largos, y que al dormirme en el sillón ya no despierto por arte de magia en mi cama. Caigo en cuenta que la voz monstruosa que me obligaba a comer de niño, simple y llanamente se preocupaba por mi bienestar

Más yo

Soy y no soy, me siento vacío siendo frente a los demás. Tengo un sabor del absurdo, me revuelve el pensamiento, me provoca un malestar de no pertenencia social. Me miro en el reflejo del café, lo que se refleja ya no me pertenece. ¿Será mi llamado al desapego de la apreciación de contrastes falsos y múltiples sentidos a la existencia? Eres tan cruel filosofía, gracias a ti me creas conflicto en las propias clases de filosofía. Quiero entenderte; al entenderte me alejas de ti misma. Es como si fuera absurdo emprender el rito de tu comprensión, lo que antes era asombro ahora es conflicto, caigo en el absurdo de creerme un intelectual superior de pacotilla frente al ignorante, cuando en realidad todos somos ignorantes de algo. Me veo frente al espejo, en él, me pruebo todas las máscaras que he inventado. La que más me produce nausea, es en la que uso camisas y lentes, y pongo mi mano en la barbilla asemejando que escabullo al mundo de la razón, cuando no hay razón para tener razón. Fin

Dulce despertar

Las manecillas del reloj sentencian mis latidos, mis manos se encuentran cansadas, llenas de grietas donde se ha acumulado el tiempo. Palmas arrugadas y manchadas que la vida se ha encargado de pintar con su fino pincel. Yace en la pintura de mi autorretrato una eterna figura agotada de vivir. Retumban los golpes en la puerta invadiendo el silencio de la habitación que se encontraba en pausa. La encargada de salvaguardar mis últimos suspiros se manifestaba extendiendo en sus delicados brazos la venida medicinal para perpetuar mi agonía, haciendo que el dolor del cáncer   provocado por mis pulmones, tomara un descanso bien merecido, las pastillas se habían convertido en mi limbo personal, apaciguando los golpes enfurruñados de la maldita enfermedad.  Al cerrar la puerta de la habitación impregnada de mí esencia, la enfermera comienza su ritual de complacencia, desabotonando así su uniforme, manifestando su desnudez que empalmaría con mi cuerpo anticuado. La escena se tornaría en cámar

Brisas sin prisas

El sonido del tic tac retumba en la habitación, tan recurrente en su cotidianidad. Un susurro, un respiro, el sonido de mis pensamientos. Estos conviven en un baile donde el ritmo del silencio desnuda mis aposentos. El telón se abre revelando mi soledad. El público ausente se desdobla invasivo ante el mutismo de ver un cuerpo vivo tan ausente de vida. ¡Qué ganas de volver! ¡Qué triste el presente marcado por tus suspiros! Soy tan frágil ante tu recuerdo, las lágrimas crean grietas acuñándose sin rumbo fijo en un palpitar triste de mi tamborilete. Soy cuando no estoy y no soy cuando estoy. Fríos son los besos fantasmas que tu recuerdo envuelve. Mi teléfono ha quedado mudo ante la huelga de tu voz. ¡No vuelvas, no vuelvas! Quédate en la fría sábana de tu arenga. ¡Qué necio es tu recuerdo envolvente! Me asfixia y quedo tieso, porque muy en el fondo no quiero que te vayas. ¿Cuánto tiempo circundas? Sin que tengas la sensación que te espío. Estás aquí por mí; más sin embargo, ignoras mi c

Gabardina roja

Ahí estás, Julieta, sentada dentro de un maldito vagón de metro, rodeada de miradas enjauladas que provoca tu presencia envuelta en una gabardina roja reluciente, con la mano izquierda tocas un inexistente piano sobre tu rodilla, con tu mano derecha lees un poema que de suspiro en suspiro un poeta anónimo te dedicó esta tarde en el día de los enamorados. En el poema se leía: «Cuando las palabras brotan directo desde el corazón, su efecto de sinceridad las hace implacables, absorbentes a la oscuridad que el hilo de tu luz bombea en cámara lenta desde mi pecho, latiendo, encendiendo la mecha tan apacible que con cada respiro de tu existencia provoca mi estallar». En cada estación observas por la ventana la cotidianidad con la que el mundo se mueve a tu alrededor, las caras de estrés, y hasta el ferviente católico que se persigna al ver una iglesia a lo lejos de la ventanilla. Una vez entrado al túnel, la ciudad desaparece, tus ojos se reajustan, el mundo en el que acabas de emerger; a

Emma

Yo solo quería tener novio como todas las demás, compartir la vida con alguien como en las películas donde viven felices para siempre. Esta historia comienza el día de mi graduación, al culminar la licenciatura de Creación Literaria. Mis sueños eran grandes, quería comerme al mundo, siendo así una reconocida escritora que representara a México en todo el mundo, escribiendo de mi cultura y las personas increíbles que viven en mi país. En el periódico de ese día se leería el encabezado de: «Emmanuel ronca profundamente». Mi madre y mi hermana menor de ocho años, no cabían de felicidad, les producía un gran orgullo tener una hija y hermana que por fin había realizado su más grande sueño.   Lamentablemente, mi padre, falleció cuando yo tenía ocho años; sé que en alguna parte del cielo él sonreiría al ver a su campeona feliz de haber concluido sus estudios con honores. Las lágrimas desbordaban de mí, al estar actualmente escribiendo parte de mi vida en un pedazo de papel de baño

Conversión

¡Qué exquisita es tu esencia en el paladar humano! Te saborean con cierta intimidad en cada sorbo de tu roja y despampanante sangre aclimatada. La envidia me salpica en mi ego acuoso…, caigo hipnotizado por el marullo del choque entre copas de cristal que tintinean en tu elegante presencia. El pecado embriaga los sentidos en esta noche dionisíaca donde la luz no tiene cabida. Tu vida pasa en las bocas que te sorben a tragos crucificándote así, en sus papilas gustativas. Cada que te sirven en los pesebres de vidrio soy testigo del bautismo de tu religión líquida; un tanto divina, un tanto trascendental. ¡Qué lujo que te conserven en una botella que no alcanza tan fácil a los bolsillos de cualquier mortal con escaso capital! A mí, tal vez me beban al día siguiente; donde la luz apolínea de lo racional, castigue los efectos de tu resaca demoníaca. Yo soy repulsivamente transparente y tú…, eres supremamente compleja; a tal grado, que necesitan encerrarte por varios años para que adquie

Obsesión momentánea

Camino en la usanza de mi desdicha sujetado por la mano imaginaria que la soledad me otorga, en ese mismo instante emerges cual relámpago en un aparador incrustada en el centro comercial, ahí está tu imagen encajada entre la pared y mis pupilas, luces esplendorosa, tan ausente de vida en una atmósfera concurrida tan llena de rutina tan atiborrada de armonía. Es tu fotografía la que me alcanza el alma e inunda de luz mi espacio mi geografía, tu expresión facial enciende mis sentidos siendo estos atraídos por un magnetismo que la ciencia no comprende. Tú sin mí no eres, yo sin ti no soy, nos pertenecemos desde el momento en que nuestras miradas desnudaron el silencio con palabras que brotan del futuro y quedan marcadas en el pasado momentáneo. Me robas la helada soledad con tu calor áspero y sin aliento, tus monumentales senos son un exquisito banquete platónico de mi más grande fantasía cavernosa que ensancha las sombras en mi universo de ideas, invitándome así, a querer destrozar la