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Rojo atardecer

El teléfono de color negro con lunares blancos sonó, interrumpió el sueño de Larissa. Contestó, escuchó de manera atenta, se frotó sus glúteos desnudos, se acarició de manera juguetona sus pezones firmes. La llamada concluyó. Larissa bostezó, volvió a su cama, volvió a soñar. Despertó de golpe, miró el espacio de sobra en la cama, su amante se había ido sin hacer ruido. El humo del cigarrillo abrazó los rayos del sol provenientes de su ventana. Por alguna extraña razón, no dejó de pensar en la llamada, no dejó de sonreír aún después de bañarse y arreglarse para ir a su oficina en sábado por la mañana. Se montó en su Jeep color rojo que combinaba con su blusa y el color del labial propagado en sus labios gruesos. Una vez que salió de la carretera para entrar en la ciudad de Río de Janeiro, se tropezó con un tráfico descomunal. En el retrovisor se asomó su mirada previa a ajustarse sus gafas negras de sol. Pasó el tráfico vehicular. Larissa sólo vislumbró la conglomeración de gente reuni

Latinoamérica suena

Suena la hoja seca en la cotidiana y lúcida Latinoamérica. Amarilla y de azul celeste, surca al vuelo con sus alas cual mariposa parda en ajetreo. Crujen las distancias en un río de aguas diáfanas. Los te quiero son de color verde y nuestros bailes de color naranja. Rojos son los labios tersos los corrompidos en diversos cantos, más la cacofonía “catastrófica”, esa la que empalma nuestros arranques, nuestros altares, nuestros rituales, nuestras ofrendas, nuestras creencias, la cotidianidad proveniente de las calles.   ¡Esa, esa, en la colorida Latinoamérica! Una tierra donde brillan los sonidos y los colores suenan a tambores. ¡La tragedia es nuestra poesía! ¡Oh, melancólica guitarra vieja! ¡Somos cigarros y fruta fresca! ¡Somos muerte y fiesta! ¡Somos la robusta faena! ¡Somos alebrijes, somos Latinoamérica! ¡Somos un monstruo atiborrado de colores! Y lo que pareciera milagroso, resulta ser solo una hoja seca, danzante y cotidia

Soy desgaste

Soy espíritu Soy caverna Soy la contemplación del fuego Soy la realidad vuelta sombras Soy desdicha y soy testigo Las cadenas son mi lenguaje Soy desdén Soy capricho y soy desgaste Deslumbramiento vil Desgarre de manto Soy semilla Soy palabra y también el canto que no se muestra Soy la pausa de un capullo Soy el pálido tallo seco Soy desdicha y soy vaivén Soy la presa Un retén sin sentido Soy preso de lo sucedido Soy juventud mal gastada Soy destellos Y también Oscuridad mal deseada Soy el silencio vuelto pulsos Soy el desvanecido espíritu Soy la olvidada caverna 

Cero

Mi deseo. Mi acervo. Mi desdicha. Mi vanguardia. ¡Qué tristeza! ¡Y qué tragedia! Que, para ser un buen poeta, se necesita ser un buen matemático. Si a mí, siempre la suma de uno más uno me ha dado cero. Irremediable síntoma, no ser lo que se espera. Vagar en rimas mundanas. Lo que jamás espero.  Navegar en versos libres, sin métodos, sin reglas… Lo que más anhelo. Ser un ser incómodo: Mi vaivén… ¿Cuál deseo? ¿Cuál acervo? ¿Cuál desdicha? ¿Cuál vanguardia? Si todo resulta cero.

Ensangrentado poema

Hay una habitación blanca, secretamente oculta, olvidada. Hay un muerto al abrir la puerta. Alguien culminó con su desconocida vida. ¡Está muerto, bien muerto! No…, más bien asesinado. No hay testigos, no hay huellas. Solo hay sangre derramada. No hay cuchillos, no hay armas, y la sangre sigue brotando. No hay rostro, solo un semblante blanco en la pequeña habitación blanca. El rojo de la sangre borbotea. La herida esta abierta y el pobre hombre esta muerto. Nadie lo auxilia, nadie llama. No hay culpables solo un cuerpo blanquecino que deja salir su sangre. No hay anuncios de despedida. No es suicidio, no fue hastío. Hastío de una vida triste y sin sentido. Es una víctima, es grande su herida. No hay ventanas, no hay miradas. No hay justicia ni venganzas. La sangre no se acaba… No hay indicios, no hay ofrendas. Muevo su cuerpo y solo hay letras. Letras del posible culpable y son solo los versos  que componen  a este ensangre

Soy el deseo de la vida

Soy el cuerpo que se asoma de vez en vez sobre la tierra. Soy los huesos que brotan, combinados con piel pútrida.   Soy un nombre vuelto piedra. Soy el tiempo detenido e interrumpido. Soy ahora un eterno olvido.   Renuente y acorralado, la tierra no comprende. Mis ganas de volver, mis ganas de sentir la vida.   Donde antes hubo ojos, ahora solo hay carne carcomida. Mirada oscura llena de maleza. Desquicio frívolo de la naturaleza.   Soy el deseo de la vida. ¿Por qué la muerte es eterna? Extraño sentir mis latidos, ahora solo escucho a la tierra.   Siento que ya no siento nada, más solo siento la muerte. Siento las raíces de otros cuerpos. Pronto dejaré de ser olvido para hallarme frente a la nada.

Efusiva necedad

Ser la barbarie ideológica, consumada e interpelada, entre agonías enredadas sobre despojos revelados.   Temida es mi palabra y emergente la huida, en ojos que no quieren ver y en bocas que gritan ruinas.   El vulgo nunca entiende; solo quiere entretenerse. El verso bien calculado, y la rima bien pensada.   Soy la agonía simple, la que nadie quiere mirar. Soy la efusiva necedad que escribe y no se cansa.   Que alza sus letras aunque nadie las quiera tomar. Soy un poeta desubicado en la cruel y adictiva modernidad.   La soledad se ha vuelto mi alimento, mi veneno. Ya no hay nada que apreciar. Yo moriré, junto con mis poemas, anhelando que, a mi poesía, alguien y algún día la ha de mirar.

Apelar a Dios

La intención de verte. Sentir el vacío. Intención de sentirte. Sentir tu inexistencia. Inapetente apetito. Sentimiento fugaz. Conmoción en delirios. Rasgar el divino velo. Divinidad oscura. Divina restauración. Apelar a tu existencia. Hallarme sordo; solitario. Hablar a la nada. No hay ecos. No hay resonancias. No hay quién responda. Impugnación de lo Santo. Resolución infernal. Anulación de mis pecados. Injustas sentencias. Enmienda existencial. Incongruente devoción. Discurso inapetente. Apelación injusta. ¡Déjame verte! No hay replicas. Nula revelación épica. Santo calvario asestado. Apelación rigurosa, apelación desventajosa. Arrepentimiento divino. ¡Ven, ya no tardes, Dios! A esta devota intervención. ¡Soy tu sangre! ¡Soy tu cuerpo! ¡Soy tu eterna alucinación!

Existencia

Me he transformado: En la perdurable constipación. En la desnudez de un capricho. En el impúdico desatino no fatuo. En danzas de mareas infames. En un acierto malamente asestado.   Ambiciono ser: El aleteo insistente de un cisne. La ola que se disuelve en la arena. La sonrisa del viejo al despedirse. El viento que atraviesa los árboles. El silbido del ave comunicándose.     Ya no concurro: La nota musical justamente afinada. En la razón acertada e incomunicada. En el habla falaz y llena de impertinencia. En el desdén de llamar la atención. En salvaguardar los destrozos vividos.   Mi vocación: Un tesoro arrinconado. La memoria fugaz. El libro desgastado. La lágrima invisible. La pluma danzando. El sentimiento lúcido. El desgarre acechando.   El vaivén escrito. El Ser acorralado.

Seamos poesía

Ser la palabra que nadie omita. Ser el lenguaje reaparecido. Volver a profesar en palabras, ya sean bien desconcertadas tanto como mal preparadas. Buscar la eternidad en la fiereza.   Lo eterno no está en la partida; yace envuelto en la palabra escrita. En esa organización conocedora, ejecutada a lo visible, al ensueño de hallarnos vivaces en juramentos.   Soñar que la palabra vive dentro, esperando, en nosotros, latiendo. Que algo vive y vive en párrafos. Ser ejecutor de lenguaje manifiesto.   Recordar y rasgar lo pertinaz que es lo que representa el punto. En la continuidad y quietud de la coma. Sentir la poesía bailando que brota.     Escribir, volar, soñar, sentir. Sentir que la vida es poesía, tanto alegre como amarga; rota.   De la tristeza y el error se aprende. Y que de nuestros corazones broten los latidos perpetuos en desorden.     Seamos versos que se besan. No seamos números, seamos pronunciaciones. Seamos im

Dejar de ser sombra

La sombra cruje. La sombra no mira, la sombra apuñala. Siembra odio de sobra.   La sombra siembra asombros de sombras sombrías de asombros en sobras sembradas por sombras que no miran.   La sombra ríe, la sombra perjura, la sombra inquieta, la sombra quema. Quema la sombra quieta. Entre hilos de sombras, la sombra también ahorca.   El día se ha vuelto sombra. Y la sombra ilumina la noche. La sombra no se queda quieta, se mueve en su baile de sombras la sombra yace inquieta.   La sombra me acompaña. La sombra me aísla. La sombra ilusiona. La sombra abandona.   Ríe, cruel y tierna sombra. Mientras puedas, ríe. Que tu sombra no me asombra. Sobran las sombras contigo. Pero cuando yo me muera. Tu sombra dejará de ser sombra y tu sombra se irá conmigo.

Encontrarme

Soy un fósforo que se  enciende frente a la curvatura de tu ausencia. Áspero, rugoso y lleno de fricción, ante el oxígeno de la prudencia. Ambiciosas fueron mis intenciones. Incandescentes mis compresiones. Tenue y llana es mi abstinencia. Colocada frente al prudente vacío. Ruines fueron mis exhalaciones y desbocadas nuestras aspiraciones. Nos convertimos en fieles lamentos. Nuestros sueños ya no simpatizan. Nuestros suspiros ya no se ruegan. A mí me toca vagar en vastedad. A ti te toca conocer a alguien más. De manera frívola y superficial. Yo anhelo conocer mi intimidad. Saborear de nuevo mi esencia. Degustar de nuevo mi presencia. Ya no anhelar más mi ausencia. Encontrarme… Ser lo que dejé de ser. Amar lo que dejé de amar. Vivir lo que dejé de vivir. Apreciar lo que dejé de apreciar. Buscar lo que dejé de buscar. Encontrarme… en esa vastedad de vivencias. ¡Quiero llorar y reír! Pero más llorar y al final: Encontrarme y hall

Eternos ausentes

Claros son tus ojos verdes. Pétalos son tus labios tenues. Rubia es tu cabellera solemne. Radiante y pulcra es tu sonrisa sonriente. En tus caderas yacen mis múltiples vaivenes. Tus piernas simulan ser grandes y largos tallos violáceos. En tus mejillas busco los más vírgenes y rojizos atardeceres.   En tus manos encuentro mi más mundana y retrograda desnudez. Son telares nuestros pulsos. Son vibrantes tus murmullos. Tierna es tu razón de ser, de mirarme, de contemplarme. En un fugaz desvarío nos convertimos. ¡Qué audaces! ¡Qué tiernos! ¡Qué ingenuos! ¡Qué complacientes! ¡Qué dicha es tener tu mente! Entre arañazos nos amamos. Entre besos nos reclamamos. Somos melancolía presente. Somos los eternos ausentes.

¿Cuándo seré poesía?

  Siempre habrá la crítica siniestra hacia esta poesía sintiente y sincera. Debería ser más oscura, más profunda, más oscura, más honesta, más soberbia, más oscura más intensa, más austera, más oscura, más completa. Alcanzar la trascendencia. Raspar la divinidad prófuga. Llegar a lo metafísico, más allá. Romper los cánones impuestos. Llegar a los oídos de todos. Ser lo que trasgreda la esencia. Martillo que rompa conciencias. ¿Y qué hay de mí? ¿Cuándo seré poesía?

Deseos

Un corazón que me desnude las palabras. Un río que empalme nuestras manos. Una selva que comulgue nuestras batallas. Un desierto que propicie nuestros espejismos. Un lago que sea dueño de nuestra devoción. Una pirámide que sea testigo de nuestro tesoro. Una Polis que decrete nuestras indulgencias. Una nube que enaltezca nuestra imaginación. Una palmera que ruja junto al viento de amor. Una ola que arrastre nuestros pecados. Un diluvio que provoque mil desastres. Un huracán que indique nuestras tempestades. Un arcoíris que atestigüe nuestra fiel calma. Una civilización que ordene nuestras pujanzas. Una religión contenta y resuelta de agobios. Un cementerio testigo de nuestro amor eterno. 

Palabra injusta

¡Qué injusta, la palabra! ¡Que no alcanza al pecho donde vaga el alma! Injusta es la hora marcada; la que brota en pulsos, deshonesta y mal lograda.   Palabra pálida, deslumbrada… vuelta injustamente injusta. Destartalada se asoma y un tanto atolondrada, ya casi como si no deambulara nada.   Aire injusto donde promulgas tu basto busto de canalladas. ¡Qué injusta es la voz que callas!   ¡Ese maldito silencio que propagas!   Y es que tú haces sombra la palabra. Sombra quieta que falsea y comulga destellos de palabras viles e injustas.   Justicia justa abnegada y desalentada yacen tus gestos vacíos de palabras desdichadas.   ¡Qué sombras tan injustas que nadie habla!