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Surge el amor

  Surge como brocha andante, mi corazón cobarde, mi escritura inquieta, la efusiva necesidad de sentir tu piel palpando cerca de la mía. ¡La locura se intensifica en mi calma frágil y siniestra! La noche y el día ya no son comunes; son días ansiosos, de alteración constante, de fisuras dentro de lo cotidiano: sonando, crujiendo, raspando… Mi calma no tiene descanso, mi corazón profano corre, brinca y se ejercita de manera intensa. Ruje como bestia arrastrándose entre la tierra seca, con las raíces duras y un tanto movedizas. Mis suspiros se sienten agotados, mi pecho se solidifica en formidables palpitaciones, que se sienten como filosos cuchillos boicoteando mi respiración tranquila. Soy testigo de mi voz desgarrándose, de mis lágrimas olvidadas, de aquella soledad que creía solida y perpetua. La mañana, la tarde y la noche se han convertido en acompañantes escurridizos, y en perpetuos escoltas, atentos a cada acción mía. El reposo de mis latidos ahora vislumbra como un lejano sueño,

Es risa de la buena

Risa mal vista, carcajada que a quebranta; rompe, es sincera. Risa bruta que acobija, es risa retorcida. Sarcástica y franca es la risa mi champaña. Me río del vulgo, es pura risa siniestra. Surtido de alaridos enloquecidos. Es risa malintencionada… Me río de burdas poses falsas, mi risa se acrecienta frente al culto inculto que carga con su intelecto postizo. Me río de los que se disfrazan de poetas. Me río con alevosía del triste intento de hacer poesía. Las carcajadas brotan de frente hacia los que son tacaños y narcisistas. Me río del psicópata y de su literalidad. Me dan risa los que alburean, denostando su delicada virilidad. Me río de la creciente vulgaridad. ¡Qué risa, qué risa me dan!... los que no puede estar con su soledad. Mi risa es tan alarida hacia los poliamorosos infecciosos. Las carcajadas no cesan ante “la estética contingente”. ¡Qué intrínseca se ha vuelto mi risa! Me río de quien alza la voz, anunciand

Multitud

La multitud no espera, la multitud tiene prisa; no empatiza, no te mira.   La multitud empuja, no se detiene, quiere dinero. La multitud no es silenciosa; es ruidosa, te pisotea, no sede.   A la multitud no le importas; te deja atrás, todo es competencia. La multitud no empatiza, no siente. Todo es rapidez, no hay paciencia.   Todo es querer, tener, comprar, todo es superficial, todo es falso. Sonrisas falsas, apuñaladas sinceras. Destacar solo para gastar y gastar…   La multitud es monótona, no cambia, sigue siendo la misma. Nuevos rostros con viejos hábitos. Viejas caras; cansadas, siempre las mismas.   La multitud es primero y tú después… La multitud no reflexiona, no se cuestiona. No se detiene y vuelve a comenzar. Un nuevo día: comienza de nuevo el ritual. 

Un rostro callado

Un desquicio que va en aumento en la benevolente bruma de mi espíritu. La agonía se disfraza de paciencia. Los rostros enmascarados me juzgan. Nadie atiende, nadie asiente…   El silencio es mi escudo, mi arma. Complacientes son los verdugos ante la espera de mi alba expuesta. Cruje la cordura, cruje la demencia.   Se insertan las espinas en mi pecho, caen los pétalos sobre mi espalda rígida. Nadie se conmociona, nadie se exalta.   Me estoy volviendo mudo frente a la cordura que se ha vuelto apática. Nadie se acerca al pozo de mis lamentos. Ahora las gotas son meros adornos… Adornos de un candor que se escapa.   Ríe cruel testigo, ríe… Porque ya nadie reirá frente a las heridas expuestas. Anhelo que nadie extrañe mi sonrisa. Ya que sólo seré un rostro que mira; paciente, callado, apagado y sin prisa.

Hablemos

Hablemos de las cosas, mi amor. Siente mi pecho cómo tamborilea. Aprecia tu rostro sobre mis lágrimas. Escucha a mi corazón inquieto. Muéstrame tu voz más sincera.   Hablemos de las cosas, mi amor, de las que nadie habla y todos guardan. De nuestro futuro inhóspito,    de las roturas mal cocidas, de las desvencijadas promesas juradas.   Hablemos, corazón, de lo que ya nadie habla… De lo que sentimos al saber que ya no estaremos juntos. Hablemos, mi amor, hablemos.   Hablemos del adiós que no intuimos, de lo invisible que era el destino, de aquel primer romance que se perderá en la memoria. ¡Hablemos, aunque sea con gestos!   Hablemos… sin importar que nunca has existido. Hablemos, mi amor, hablemos…

Monumento eterno

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  Monumento eterno, hombre en estado salvaje, animal humano de caos y orden, potencia flotable de lo influyente, vestigios de hombres nómadas, forjadores de la gran Polis Ateniense, mitos, Dioses y Hombres, militares escépticos ante el lío, lucha obligada, aspiración al miedo, seguridad y bienestar en juego, civilización endeble  ante la política infecunda, Talasocracias de mares impolutos, Tucídides observa, Tucídides delibera, Tucídides reconsidera, Creta contempla el silencio del viento, las alianzas retumban en los nimbos, avenencia de cesación ante la catástrofe, cuerpo y espíritu en armonía. La locura rebrota entre el céfiro, un rugido germina ambicioso, la carne glorifica su génesis, la sangre pulsa la astucia, la guerra como cruel instructora, el fanatismo aclama a su padre, la codicia ante los intereses discordes. Destructor de vínculos maquinales, Tucídides alerta, Tucídides discurre, Tucídides pondera la máscara del

Deleite

Un deleite. Pasos insistentes. Una gabardina larga y vieja de color negro. Mis dedos pasando por mi cabello largo sobre la oreja izquierda. Un vagón de metro. Una noticia en el periódico. Mi rostro oculto entre la agotada multitud. Puertas del transporte público abriéndose. Gotas escurriéndose en las escaleras al salir de la estación Chabacano. Un paraguas rechinando al desplegarse de manera forzada. Luces blancas y amarillentas de varias casas. Un cigarro húmedo. Un encendedor robado. Una dulce bocanada de humo bajo el paraguas sobre la lluvia recia. Una casa rústica. Una puerta. El timbre que funciona en su mediana capacidad. Gatos asomados en la ventana para apreciar a un posible intruso. Una colilla de cigarro pisada en la entrada húmeda. Una puerta que se abre en su mínimo porte. Una mirada femenina asomada. Una voz cansada: «Pasa». Una gabardina mojada, vieja y olorosa mal colocada en un antiguo perchero de madera. Un paraguas goteando sobre la alfombra del interior. Una copa de

Hábitos

Prófugo y esquivo, diurno melancólico, estafador de olvidos, reinventor de batallas, testigo perseverante, ruin torturador de suplicas, comensal de sueños escurridizos, luchador invisible, contemplador de amarguras, sepultador de suicidios, tenas vencedor de lo absurdo, corredor estático, bebedor de versos agrios, señalador de paisajes, aviador de páginas turbulentas, bailarín del silencio, músico textual, vendedor de letras, asistente de lo fugaz, secuestrador de sombras, analista de nubes, estadista de lágrimas, matemático cacofónico, experto de inapetencias, vigilante de mi alma, arqueólogo de párrafos, reseñador de miserias, habitante de hábitos inexistentes.

La atracción

Ésta es una de las tantas historias halladas dentro de lo más íntimo que sucedió alguna vez; no fue contada en el boca a boca para que se traspasara al conocimiento abierto al público. Y esto involucra a una atracción de una extraña feria que vagaba de pueblo en pueblo. No era cualquier atracción; el letrero era claro: “Pase a mirar su destino a través del espejo maldito”, el cartel lucía unas letras rojas con un estilo ensangrentado y verde fosforescente; una mezcla de colores digna de un circo ambulante fuera de lo habitual. Y es que había muchas personas escépticas, nadie creía que un espejo pudiera reflejar el destino de cada persona. Hasta que entró el primer valiente. El encargado de cuidar la pequeña carpa de un color amarillento desgastado, era un viejo ciego con las pupilas blancas que portaba un sombrero de copa muy alta. “El primer cliente”, dijo después de soltar una risa rasposa acompañada de una tos seca y escandalosa. “Pase bajo su propio riesgo, le advierto, no todos es

Lo nuestro

Es la luz que apagaste, el tiempo que ya no existe, la eternidad perdida, los juramentos al aire, la taza de té amargo, nuestros rituales gastronómicos, los buenos consejos ignorados, las caricias que no quisimos, la luna llena que no miramos, las empatías no dadas, las cartas inexistentes, el cansancio de nuestras miradas, los orgullos afinados, las manos ocupadas, el infantilismo mutuo, las metas de otras personas, la presión de los amigos, el no esperar, el no rogar, los silencios largos, las canciones de olvido, las terceras compañías, las soledades deseadas, la muerte de ambos…

Ruega por mi alma

Ruega por mi alma, simple y llanamente. Arroja pétalos benditos. Deséame un llano bienestar en donde el alma se esparce y donde la tierra huele a muerto.   Ruega por mí, por mis desdichas, por mi apatía hacia lo sagrado. Esparce mis cenizas delicadamente, siembra rezos y mis recuerdos vagos.     Arrójame mezcal, mi sabor deseado. Vida de mi sangre, mi sangre tersa. Siembra el nopal cerca del pozo santo. Ruega porque no pierda el silencioso paso.   Ruega por mi alma y mi corazón ausente. Ruega por mi gente, gente que me quiso fuerte.   Ruega, te lo imploro… Ruégale a la lluvia y a la flor, a lo que amé y no me amó, pero ruega por mi dolor.   Ruega por mi alma, porque cuando tú mueras, nadie nunca más lo hará...

Un deseo

Como un despreciable y último esfuerzo, me he propuesto; cansado y en constante duda, una ilusión, un último deseo sacado desde lo más íntimo de mi pecho. Ese anhelo, ese suspiro interno que me ha carcomido desde la aparición de mis sentidos. Me siento hambriento y sediento de culminar dicho deseo. Un deseo emergente desde la soledad, no una soledad adulta, una soledad que ha permeado desde la niñez. Un tierno deseo olvidado por esa inútil persecución de llevar una vida normal, esa aspiración burda de fingir que el dinero no lo es todo, pero ir tras él de manera recatada y con una dignidad hecha de papel. Me siento un síntoma que nadie mira. Un síntoma del que nadie sospecha, me siento enfermo de creer que puedo ver al duende. Me siento verde de la náusea Sartreana, tengo vómito de tanta ideología política, religiosa, filosófica, literaria y de género. La rutina me ha crucificado en una cruz de ansiedades: ser, hacer, complacer, demostrar, dejar huella, tener, tener y sentirme más que

La vida, la muerte, el pacto, las batallas...

La vida, la muerte, el pacto, las batallas, el ciego, los testigos, el alma, los conventos, la niña, los sirios, el féretro, los velorios, el desapego, la cuchilla, el rezo, las plegarias, el alivio, la impotencia, los olvidos, los demonios, la soga, los sumisos, el incienso, el desgaste, la seducción, el asesino, el velo, la sangre… Desahuciada, calcinada, expuesta, rígida, volátil, joven, catorce, masacrada, moretones, heridas, órganos, pistas, uñas, semen, huesos… Sangrando, ardiendo, muriendo, desgastándose, apuñalando, planeando, siguiendo, revolcándose, agonizando, arrodillándose, inmutándose, sufriendo… Antes, ella, él, ahora, unidos, dentro, certeza, víctima, violación, tanta, tan adentro, debajo, acoso, cercanos, para siempre, sueños, recuerdos, demasiados, ¡demasiados!... Lo siniestro, lo santísimo, lo legítimo, lo robusto, lo caluroso, lo callado, lo asfixiante, lo húmedo, lo fatal, lo único, lo virginal, lo purísimo, lo retorcido, lo satánico, lo palpable, lo intocable…

Miguel y Bárbara

Miguel toma su gasa. El dos ya no es dos y el siete ya no es siete. Bárbara ahora es Barbie, y Miguel, alias la “Rata”, ahora se autoproclama: “Mickey el Mouse”. De ser el ladrón más prolífico de la colonia ahora es campeón de mnemotecnia. No sólo es un maldito genio, también, multimillonario; es un experto en apuestas y en juegos de casino. La mitad de su dinero lo invierte en su esposa para que luzca, literalmente, como una muñeca. Ya no pertenece al mundo de los mortales; su mirada ahora es de orgullo y mira hacia abajo a todo a quien osa dirigirle la palabra. Miguel remoja su gasa. Ahora puede llevar sus sueños más fantasiosos a la realidad, su caminar es acompañado de grandes vestidos de marcas y trajes de diseñador de alta gama. La gente a su alrededor los mira con asombro. La ley los ignora de manera casi burda. El caminar de ambos es discreto, portentoso, elegante, tambaleante. La dama toma una revista de un puesto de periódicos, y se percata de que él y ella, lucen hermosos en

Tinta de mi corazón

Tarde brota mi sentimiento peregrino, complaciente, blanquecino, tan colmado y en derrota. La pintura yace airosa, la pintura yace efímera. Pinto en brochas piedades; las más faustas y llenas de bondades. Mezclo delirios y flores en una tenue aclaración, irrigada en surtidos de colores: Amarillo, violeta, blanco y marrón. Rugen las nubes y se aquieta el rocío en una fosforescencia inerte, descompuesta. El mar se vuelve más umbrío en lo sagaz de su colorida cresta. Cargo un corazón en mis palmas: ¡Vibra, se debilita y ya no pinta, a ras de tierra mis huesos se despintan, transmutándose en un mezcla de llamas! ¡Pinta corazón, ésta última vez, mis letras de amarillo y púrpura, mis versos de azules imberbes, mas mi poesía tíñela de bravura! ¡Ojalá algún día sea complacido, cualquiera lea como se lee una pintura, ya sea engorrosa o presumida, penetre su forma borrosa, contemple los trazos de tinta, una tinta de un corazón que mira!

Rojo atardecer

El teléfono de color negro con lunares blancos sonó, interrumpió el sueño de Larissa. Contestó, escuchó de manera atenta, se frotó sus glúteos desnudos, se acarició de manera juguetona sus pezones firmes. La llamada concluyó. Larissa bostezó, volvió a su cama, volvió a soñar. Despertó de golpe, miró el espacio de sobra en la cama, su amante se había ido sin hacer ruido. El humo del cigarrillo abrazó los rayos del sol provenientes de su ventana. Por alguna extraña razón, no dejó de pensar en la llamada, no dejó de sonreír aún después de bañarse y arreglarse para ir a su oficina en sábado por la mañana. Se montó en su Jeep color rojo que combinaba con su blusa y el color del labial propagado en sus labios gruesos. Una vez que salió de la carretera para entrar en la ciudad de Río de Janeiro, se tropezó con un tráfico descomunal. En el retrovisor se asomó su mirada previa a ajustarse sus gafas negras de sol. Pasó el tráfico vehicular. Larissa sólo vislumbró la conglomeración de gente reuni

Latinoamérica suena

Suena la hoja seca en la cotidiana y lúcida Latinoamérica. Amarilla y de azul celeste, surca al vuelo con sus alas cual mariposa parda en ajetreo. Crujen las distancias en un río de aguas diáfanas. Los te quiero son de color verde y nuestros bailes de color naranja. Rojos son los labios tersos los corrompidos en diversos cantos, más la cacofonía “catastrófica”, esa la que empalma nuestros arranques, nuestros altares, nuestros rituales, nuestras ofrendas, nuestras creencias, la cotidianidad proveniente de las calles.   ¡Esa, esa, en la colorida Latinoamérica! Una tierra donde brillan los sonidos y los colores suenan a tambores. ¡La tragedia es nuestra poesía! ¡Oh, melancólica guitarra vieja! ¡Somos cigarros y fruta fresca! ¡Somos muerte y fiesta! ¡Somos la robusta faena! ¡Somos alebrijes, somos Latinoamérica! ¡Somos un monstruo atiborrado de colores! Y lo que pareciera milagroso, resulta ser solo una hoja seca, danzante y cotidia

Soy desgaste

Soy espíritu Soy caverna Soy la contemplación del fuego Soy la realidad vuelta sombras Soy desdicha y soy testigo Las cadenas son mi lenguaje Soy desdén Soy capricho y soy desgaste Deslumbramiento vil Desgarre de manto Soy semilla Soy palabra y también el canto que no se muestra Soy la pausa de un capullo Soy el pálido tallo seco Soy desdicha y soy vaivén Soy la presa Un retén sin sentido Soy preso de lo sucedido Soy juventud mal gastada Soy destellos Y también Oscuridad mal deseada Soy el silencio vuelto pulsos Soy el desvanecido espíritu Soy la olvidada caverna