HAY UN GATO NEGRO SOBRE LA CAMA
Hay un gato negro sobre la cama, él no existe, ni yo, pero algo nos une en esta melancolía de fantasía, más la desesperanza que ya nadie atiende sobre mi propio porvenir obtuso. Mis pies y demás cuerpo no responden al movimiento de mi ingenua orden que mi mente proclama frente al suspenso del anochecer voraz y desalmado. El gato yace estancado sobre la frialdad de mis delgadas piernas blancuzcas. Sus brillantes y filosas garras se asoman de vez en vez en cada estiramiento sobre mi cuerpo que ya nadie proclama; por ser la noche de cesación laboral de múltiples enfermeras con experiencia, esta noche solo estarán los novatos que en su eterno anotar no perciben el sonido incesante de sus bolígrafos al apretarlos de manera repetitiva. Esas almas jóvenes que harían cualquier trabajo sucio de otro para poder lograr sus metas monetarias. El movimiento de mi fisonomía se ha suicidado en la existencia vacía de mi ser andante. ¿Cómo ahuyentar al gato negro sin asustarlo y sin hacerle daño algun