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Luz de noche

  La solución líquida de color vino se esparcía por un valle con desgarres bien provistos de sufrimiento por toda la habitación abandonada. La escena del atentado era desconcertante a niveles de condición humana en cuanto a grados de perversidad. Diferentes partes de los cuerpos yacían clavadas con gruesos clavos en la pared y techo. Habrían dejado en la licuadora, un tanto molidos los ojos de todos los integrantes de la familia Hernández. Se encontraron por debajo de la mesa de la cocina las partes de las piernas hacia la cadera de la madre e hija. Al parecer las penetraron después de cortarlas en dos a cada una. Los testículos del padre e hijo yacían colgados justo en la manija en la entrada del departamento. Todos los cerebros yacían hechos pedazos en el escusado del baño único del complejo habitacional. Se encontrarían mezclados con eses humanas del autor en turno. Las cabezas de toda la familia, yacían clavadas en escobas que se asomaban de manera muy terrorífica por las ventanas

¿Es usted un imbécil y no lo sabe?

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              Nos hemos vuelto una sociedad infantilizada. Somos esos niños que solo quieren tener el juguete más bonito, de moda y asombroso del momento. O el juguete que más queramos por el afán de simplemente tenerlo porque sí. Haciendo alusión a la metáfora del niño berrinchudo que implora por su juguete en el pasillo de niños, dicho esto, reaccionamos a cualquier producto de mercado como ese deseo de conseguir ese “juguete preciado”. Por ende, la etiqueta de sociedad de consumo ya no la portamos en la frente; sino, en nuestra forma de actuar, hablar, en la psique, vestimenta, objetos, marcas, comida, y un grande etcétera. Esto es, porque al sistema de consumo no le interesan las personas maduras, ese cliente que reflexiona y dice que no, que se cuestiona. La razón por encima de los sentidos e impulsos son enemigos de la publicidad. Las personas se adecuan al sistema en turno, de una manera u otra. El sistema capitalista adora al individuo infantilizado, ese que se mueve en el mund

¿Qué es la muerte?

La muerte es a lo ontológico, pertenece a términos de finitud, cambio, abandono del cuerpo, extinción y resquebrajamiento.   La muerte está ahí; en cada pestañeo, en cada suspiro hondo.   La muerte refleja eso; la inminente ausencia de lo que ya no está y ya no volverá a ser.   La muerte se monta sobre espaldas cansadas. Sobre mentes desechas. Sobre la resignación pueril.   La muerte es permanencia y sujeta al no estar, y al no ser percibido por los precoces sentidos.   La muerte es eso: dejar de vivir y empezar a vivir en la muerte.   La muerte es deseo o una bendita maldición. Es ciega o constantemente asimilada en el frágil pecho.   La muerte es callar, es cese al sufrimiento. Es alivio en las heridas de un cuerpo que muere.   Morir es presencia lejana o desapercibidamente cercana. Morir es cambio, morir es ruptura de sueños fallidos o dicha de conquistas banales.   La muerte es compañía, es la

Risas ajenas

Risas ajenas me acosan en mi estática ingenuidad. Mis tristezas, pasan por alegrías al docto impertinente. Asechan mi ingenua y apacible seguridad. Seguridad que tambalea con la mínima risa del bufón con ideologías. Donde su único papel; es mofarse del incrédulo. Del que se cree escritor y yace neófito e  incógnito en la marea del crepúsculo. Es triste, es como situarse al filo de una caída y todos te miren alegres: riéndose de tu miseria. Y es que, para mí, sería muy simple: Hacer mofa de tu camisa. De tu corte  de cabello común. De tu identidad  vacía y superficial. De tu fanatismo  al dinero rápido.  De tu alienación  ciega y descarada. De tu enajenación hacia lo que esta de moda. Me reiría de ti. Pero no, es muy fácil reírse... Prefiero pensar,  reflexionar,  y así, perdonarte… Ya que tus risas hacia mí, no son las tuyas,  son propias  de la adoptada y simple: ignorancia de la masa. Quienes enseñan  a burlarse  de

Mi corazón adolece

Me estoy convirtiendo en un contagio de espinas. Hay sangre al contacto sobre mi piel cansina.   Las lágrimas mueren junto con las rosas que sostengo marchitas.   Mi fatiga es fija, ¡cada vez más diluida! Es lúcida y cristalina.   Mi reflejo me aborrece. Junto con mi nombre; mis apellidos callan, como calla mi ausencia.   Mi corazón adolece en mis heridas rasgadas. Hoy mi llanto prevalece donde el suicidio llama,  pero con cada idea de finitud:  Mi esperanza brama...  La sangre aun corre,  y así el suicido calla.     JNR

Lo humano

  Al otro, le fascina resaltar nuestras equivocaciones, pero no le gusta auto evidenciar sus carencias argumentativas y discursivas. Últimamente ronda en mi cabeza el pensamiento o reflexión, o más bien las preguntas: ¿Qué es lo humano? Y ¿qué nos hace humanos? Somos ese personaje que actúa ante el devenir incierto, actuando así una actitud positiva de hallarnos de buen ánimo ante una cantidad descomunal de caos en nuestros pies. Ese humano que finge sus sonrisas, ese, al que le gusta mentir para convivir. Ese, al que, teniendo dinero, le preocupa no tener el suficiente. El sistema (creado por humanos) está hecho para competir, como individuos y como individuo. Cada vez se exige más de nosotros mismos. Dejándonos o reflejando, nuestra falta de humanidad. Y es que ni sabemos a qué venimos al mundo. Solo le damos valor a lo que a otros se les ocurrió darle valor. Dinero, religión, estilo de vida, etcétera. Y es que es muy fácil creer en lo que no se puede comprender. Es muy fácil creer e

Ya nadie atiende

Expuesto en la oscuridad siento un vacío que explota. Estridencia sorda que golpea. Golpe definitivo en la claridad. Soy testigo de lo que se va. Soy ciego de lo que se queda.   ¿Qué es la vida? Sino plena luz que se apaga. Mi cansancio es furtivo. Mis manos se agotan. Mi mente yace expuesta. Mi respiración ya no alivia.   ¿Quién vine a ser a este mundo? ¿Y por qué lo he permitido? Antes de volverme polvo, desearía ser el viento que se estanca y viaja.   Azotar en tu rostro de manera fugaz y fresca. El sonido de mi pulso se va haciendo débil. Un poco lento…   No somos nada, más que un cuerpo tendido en un hospital que ya nadie atiende.   JNR

Esperanza humana

Soy la humanidad desasiéndose en un individuo que carece de apego hacia la esperanza humana entre millones de latidos derrumbándose sobre mi espalda rasgada. Los signos de un pulso herido, retumban con cada lágrima no limpiada sobre mi rostro fúnebre. La tierra nunca descansa, pues avanza; disimuladamente sobre mi piel descalza que poco a poco se va volviendo ceniza negra que arrastra. Son tus brazos los que me ignoran. Son tus deseos los que me devoran. Ya nadie se interesa por mi alma destartalada. Las flores asoman su esencia sobre mi hueco pecho. Blancas y con espinas. Mi ataúd rechina, pero nadie se asombra. Solo es la muerte sosteniendo mis restos. No es el fin, pero el comienzo llama. No desesperen, no se alarmen; que, de este sueño, ya nadie podrá despertarme. Por fin termina mi bendita fe cansina en la ciega y desesperada: esperanza humana.       JNR

Televisión

  El arte de colocar palabras en una hoja en blanco, que signifiquen y den coherencia a lo que se lee en cada letra que traspasa entre pupilas de un lector sediento de historias. Es como trazar las líneas en un lienzo, simulando ese pintar de imágenes preconcebidas; desde la mente hacia a la pantalla o el papel físico. Televisión, palabra que te remonta a un objeto. A tu… objeto, que concuerda con tu experiencia de vida y, lo que concibes en relación a dicha figura material. De ti depende cómo es ese televisor. Yo solo pongo la palabra, y tú pones la imaginación; construida a base de recuerdos y presentes que yacen en la memoria de cada individuo.  Y es que las palabras tienen poder cuando se combinan, por ejemplo: Televisión y sexo. Televisión y asesinato. Televisión apagada, totalmente en color negro. Forma y color de una sombra que mira. Que te mira cada vez que apagas el televisor. Esta ahí, aunque no la veas per sé. Televisión y muerte. Lenta y progresiva muerte. Muerte de neurona

¡Hola, me llamo Víctor!

  La congelada mañana asomaba su rostro pálido frente a mi pecho desnudo; mientras el cuchillo de la cocina recién afilado; yacía incrustado en mi hombro izquierdo. Las gotas retumbaban como tambor resonando fuertemente al colisionar directo en la duela de madera vieja al levantarme de la cama. Mis pasos fueron torpes, y fui dejando huella, tras ir dejando pequeñas lagunas de sangre en mi caminar hacia el teléfono para pedir ayuda. Sentía que ya era demasiado tarde para conseguir que alguien me socorriera en mi tremendo despertar. Había sangrado mucho, y no tenía pensado retirarme el instrumento clavado sobre mi cuerpo, que cada vez se sentía más y más punzante. Me armé de valor. Valentía que nunca había sucedido, pero al fin de cuentas, valentía. Me despojé del cuchillo de manera efusiva. El dolor estuvo a nada de provocarme un desmayo que habría sido mortal en esas condiciones de palidez por falta de sangre. Me di cuenta de que no estaba solo en la habitación. Alguien observa toda la

La vida

La muerte espanta a la vida. Y la vida…, se esfuma con la muerte. ¿Quién promulgo esto? La vida se va junto con la muerte en dos caminos separados donde al final se empalman. El delirio de estar vivo, más el desquicio de la nada.   ¿Quién va a recordarme? ¿Quién va olvidarme? ¿Quién me enterrará? ¿Quién me visitará? ¿Quién recordará mis tristezas más puras?   Quién no más, sino la vida que se fue, y nunca volverá. No hay retornos, no hay infiernos. No hay nada… Más solo, la implacable, la impúdica, la que no perdona: la hora marcada.     JNR

Estorbología

  Se desplazan los sentimientos en una sola hoja de papel que no prosperará, indignante, áspera, sentimentalismo vil. Se han corrompido en mí las normas educadas de convivencia en cuanto a denotar mi servilismo de manera sonriente. El cansancio impera en todo mi cuerpo de un ente joven. Cansancio de hablar, cansado de anhelar y de perseguir lo que todos persiguen. Es nulo en mí el sentimiento de aspirar a la originalidad al ser diferente a los demás. Lo único que me une a los demás es el hartazgo de saber que existen entes demasiado ignorantes que se complacen con una vida material y llena de poses y deudas. Cuando llegué al mundo, ya todo estaba hecho, no he aportado nada nuevo a lo que ya se conoce. Simplemente me siento un creador de disgustos constante en el vaivén de soportar al otro en su narcisismo despiadado. Me siento un recuerdo olvidado que camina entre pupilas distantes. Sometido a querer comunicarme con el otro en mi simulado desprecio de tener que convivir en una sociedad

Somos frágiles

Siento en mí y de manera lúcida, cómo se involucra la cosecha del abandono. Y no por parte del otro. Si no el abandono de mi propio yo roto.   Siento realmente la soledad, no la mía, la de los otros. Siento cómo se calla todo; hasta mi corazón… Se van silenciando los relámpagos brillosos. En torno a la tormenta del caos. Cae el telón, mientras miro con desilusión las butacas con grietas.   Ya no hay más visitas que llaman a mi puerta bendita. El líquido rojo resucita brotando dentro de mis venas frías… El show termina con risas ausentes y un tanto anticuadas.   Y es que no quiero dar lástimas, más solo recordar que nadie es ajeno a sentirse triste. Somos humanos, somos animales, y, por tanto: Somos frágiles. Frágiles para amar, para la vida. Frágiles para cualquier momento, en donde todo pueda terminar. Quien evita leer versos tristes. Le huye a la vida y no se haya vivo. La fragilidad no es m