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Brisas sin prisas

El sonido del tic tac retumba en la habitación, tan recurrente en su cotidianidad. Un susurro, un respiro, el sonido de mis pensamientos. Estos conviven en un baile donde el ritmo del silencio desnuda mis aposentos. El telón se abre revelando mi soledad. El público ausente se desdobla invasivo ante el mutismo de ver un cuerpo vivo tan ausente de vida. ¡Qué ganas de volver! ¡Qué triste el presente marcado por tus suspiros! Soy tan frágil ante tu recuerdo, las lágrimas crean grietas acuñándose sin rumbo fijo en un palpitar triste de mi tamborilete. Soy cuando no estoy y no soy cuando estoy. Fríos son los besos fantasmas que tu recuerdo envuelve. Mi teléfono ha quedado mudo ante la huelga de tu voz. ¡No vuelvas, no vuelvas! Quédate en la fría sábana de tu arenga. ¡Qué necio es tu recuerdo envolvente! Me asfixia y quedo tieso, porque muy en el fondo no quiero que te vayas. ¿Cuánto tiempo circundas? Sin que tengas la sensación que te espío. Estás aquí por mí; más sin embargo, ignoras mi c

Gabardina roja

Ahí estás, Julieta, sentada dentro de un maldito vagón de metro, rodeada de miradas enjauladas que provoca tu presencia envuelta en una gabardina roja reluciente, con la mano izquierda tocas un inexistente piano sobre tu rodilla, con tu mano derecha lees un poema que de suspiro en suspiro un poeta anónimo te dedicó esta tarde en el día de los enamorados. En el poema se leía: «Cuando las palabras brotan directo desde el corazón, su efecto de sinceridad las hace implacables, absorbentes a la oscuridad que el hilo de tu luz bombea en cámara lenta desde mi pecho, latiendo, encendiendo la mecha tan apacible que con cada respiro de tu existencia provoca mi estallar». En cada estación observas por la ventana la cotidianidad con la que el mundo se mueve a tu alrededor, las caras de estrés, y hasta el ferviente católico que se persigna al ver una iglesia a lo lejos de la ventanilla. Una vez entrado al túnel, la ciudad desaparece, tus ojos se reajustan, el mundo en el que acabas de emerger; a

Emma

Yo solo quería tener novio como todas las demás, compartir la vida con alguien como en las películas donde viven felices para siempre. Esta historia comienza el día de mi graduación, al culminar la licenciatura de Creación Literaria. Mis sueños eran grandes, quería comerme al mundo, siendo así una reconocida escritora que representara a México en todo el mundo, escribiendo de mi cultura y las personas increíbles que viven en mi país. En el periódico de ese día se leería el encabezado de: «Emmanuel ronca profundamente». Mi madre y mi hermana menor de ocho años, no cabían de felicidad, les producía un gran orgullo tener una hija y hermana que por fin había realizado su más grande sueño.   Lamentablemente, mi padre, falleció cuando yo tenía ocho años; sé que en alguna parte del cielo él sonreiría al ver a su campeona feliz de haber concluido sus estudios con honores. Las lágrimas desbordaban de mí, al estar actualmente escribiendo parte de mi vida en un pedazo de papel de baño

Conversión

¡Qué exquisita es tu esencia en el paladar humano! Te saborean con cierta intimidad en cada sorbo de tu roja y despampanante sangre aclimatada. La envidia me salpica en mi ego acuoso…, caigo hipnotizado por el marullo del choque entre copas de cristal que tintinean en tu elegante presencia. El pecado embriaga los sentidos en esta noche dionisíaca donde la luz no tiene cabida. Tu vida pasa en las bocas que te sorben a tragos crucificándote así, en sus papilas gustativas. Cada que te sirven en los pesebres de vidrio soy testigo del bautismo de tu religión líquida; un tanto divina, un tanto trascendental. ¡Qué lujo que te conserven en una botella que no alcanza tan fácil a los bolsillos de cualquier mortal con escaso capital! A mí, tal vez me beban al día siguiente; donde la luz apolínea de lo racional, castigue los efectos de tu resaca demoníaca. Yo soy repulsivamente transparente y tú…, eres supremamente compleja; a tal grado, que necesitan encerrarte por varios años para que adquie

Obsesión momentánea

Camino en la usanza de mi desdicha sujetado por la mano imaginaria que la soledad me otorga, en ese mismo instante emerges cual relámpago en un aparador incrustada en el centro comercial, ahí está tu imagen encajada entre la pared y mis pupilas, luces esplendorosa, tan ausente de vida en una atmósfera concurrida tan llena de rutina tan atiborrada de armonía. Es tu fotografía la que me alcanza el alma e inunda de luz mi espacio mi geografía, tu expresión facial enciende mis sentidos siendo estos atraídos por un magnetismo que la ciencia no comprende. Tú sin mí no eres, yo sin ti no soy, nos pertenecemos desde el momento en que nuestras miradas desnudaron el silencio con palabras que brotan del futuro y quedan marcadas en el pasado momentáneo. Me robas la helada soledad con tu calor áspero y sin aliento, tus monumentales senos son un exquisito banquete platónico de mi más grande fantasía cavernosa que ensancha las sombras en mi universo de ideas, invitándome así, a querer destrozar la

Persea Sánchez

Una viejita advirtió a Cristóforo, (dueño de la vecindad del barrio) que su nieta le daría "cuello". —No me chingue doñita, pues ya ni qué hacerle, haré lo posible para que no me den matarile, mientras…, sea lo que dios quiera. —eructó Cristóforo, mientras se limpiaba la espuma de la boca de un sorbo de cerveza bien fría. Ya de retache en el cantón, Cristóforo, encerró a Daniel, su único chilpayate, en el cuchitril más alto de la vecindad, con una puerta negra y tres candados, custodiado por el Borras, un perro de la calle bien canijo. Su padre le llevaba siempre su guajolota en persona todas las mañanas. Pero un buen día, Sofía (la chamacona más bonita de la vecindad) se enamoró de Daniel a primera vista. Mientras Daniel, pelaba lágrimas de cocodrilo por su ventanita del baño. Así, una noche, Sofía emborracho a Cristóforo y liberó a Daniel, hicieron sus cositas detrás de los tanques de gas, y así, fue como concibieron a Persea Sánchez. Al enterarse, Cristóforo, de

El tercer ángel

Érase una vez una pareja de recién casados, felices, motivados por el gran amor que se tenían el uno por el otro. Un buen día decidieron ser padres, como lo habituaban la mayoría de los matrimonios primerizos al planear la llegada de su primer bebé.      Alegres y emocionados transcurrieron los nueve meses. El gran día en que llegaría esa personita que les provocaría una extrema felicidad en sus vidas, había llegado; a pesar de ello, algo salió mal. Los doctores no pudieron predecir lo que veían sus ojos en los ultrasonidos con anterioridad. No era un bebé, eran dos, y eran siameses, unidos por la cabeza. Al darse cuenta los padres de la condición de sus hijos, no les importó, recibieron con mucho amor a los dos varones que llevarían por nombre: Emiliano y Santiago. Los doctores les comentaron a ambos padres que no podrían hacer ninguna operación por el momento, debido a su corta edad de ambas criaturas, sería demasiado riesgoso, dejando así para un futuro lejano en que la ciencia f

Sentencia de piedra

Para mí la literatura es la seda con la cual uno va bordando sus letras sin tapujos, el alma se va vistiendo de letras, estoy frente a ti, tú tan desabrigada de vida, yo tan envuelto en la melancolía de tu ausencia que me deja inmerso en la atmósfera del silencio escribiendo mis últimas palabras.  Un soplo con aroma a destino me haría tirar mi pluma, dibujando así en el espacio entre el suelo y mis piernas, una silueta del bolígrafo dando vueltas lentamente cayendo en la hojarasca seca del suelo dibujándose así en el terreno asfáltico, una pintura renacentista donde la tinta danzaría estéticamente en el jardín de tu cementerio. Al intentar recoger la herramienta que embalsaba mi tristeza sobre el papel, otro soplo inundaría la calma de contemplarte inerte en tu tumba estática. Una gota de lluvia caería del cielo nublado, acercando la toma muy despacio, como enquistándose en tu rostro de piedra. La escena se tornaría gris, donde resaltaría de aquella sensación monocromática, un charco

Traje negro

Quién más que no sea en esta noche de soledad un enigma pulsante del espíritu que se enmarca en versos de hastío. Una parte de mí ha quedado enterrada en un mar de tierra donde la fuerza de la naturaleza ahoga aquel trozo de esperanza abrupta y tan llena de regocijo. La ligereza se vuelve una pesada carga ante el desatino de mi tristeza, el desprendimiento de un ser ficticio desborda en un canal vació de lágrimas secas. No alcanzan los velorios ni los elogios ante el alma descarnada. De la tierra vengo y a la tierra iré. En el desvelo de mi funeral camino invisible frente a las miradas vivas que le han encontrado sentido al sin sentido fugaz que es la vida. Puedo ser quien yo quiera; en la conglomeración de oficios a elegir, mi mejor virtud se vuelve la nada. Distante en una sociedad que aplaude y premia lo absurdo, que calla y rasga el traje negro de mis letras ya poco palpitantes hacia el vacío. Me voy sin no más antes avisarles que se han vuelto cenizas el qué dirán c

Amor a primeras letras

Tus elegantes glúteos son resguardados por la llanura extensa que provoca la silla plana donde has decidido sentarte a escribir. Mi mirada te resulta invisible, la presencia que embarga mi ser no cobra cuota ante tus retinas fijas en tu hoja en blanco. El hilo de nuestro encuentro yace inerte gracias al poco interés de no percatarte que observo fijamente tus delicadas manos. Noto que al tratar de aglutinar tus ideas y traspasarlas al papel. Te condenas hacia una locura de lo que puede ser estar frente aquella cuartilla donde haces bailar aquella pluma sin permitirle poner sus pasos de tinta.  Tratas de relajarte y no entrar en pánico. Tu mirada exaltante se nubla de nerviosismo, ordenas un café americano bien cargado. La escritura ahora es parte de tu agitada respiración, la cafeína ahora se complementa al compás de cada sorbo donde tu bebida afina cada nota textual trazada.  Finalmente has encontrado la motivación textual, parece que saliese humo de aquella pluma negra que ahora dan

Una vez al mes

Una gotita de sangre abraza el suelo frío y distante. —Buenos días, Margarita, hace un día esplendido, ¿o no? —No le veo gracia. ¡Siga su camino, pinche viejo morboso! —Hasta pronto, lindo día, florecilla. —Margarita lo miraría con cara de asco a sus espaldas. —Señor Martín, ¡qué milanesas que no bisteces! —El señor Martín le entregaría su periódico con cara de hastío. «Una gotita de sangre abraza el suelo frío y distante». —Rosita, rayito de luz de mi corazón… —Me llamo, Rosa, y el patrón te está esperando en su oficina cabrón. —Te agradezco mucho, Rosita. Que tengas un lindo día belleza. —Rosa volvería la vista a su revista de modas con cara de hartazgo. —Jefazo, de mi vida, ¿cómo está, Don Julio? —Está despedido, Martínez. Lárguese de mi oficina de una buena vez, si no llamo a seguridad. —Bueno…, tiempos mejores ya vendrán, ¿o no? «Una gotita de sangre abraza el suelo frío y distante». Al llegar a su pequeño departamento, encontraría sus revistas de cocina

Me descubro

—Tienes este tiempo de letras para convencerme si el amor existe.      —Ante la demanda incrédula que emana del iceberg de tu corazón. Intentaré que tus pupilas suspiren en cada pestañeo frente a mi revelación textual.      No me considero un creador de letras, yo no creo a la literatura, ella misma mese mis palabras para calmar el llanto de mi realidad. Deberían llamarme un científico de la escritura, ya que en las letras descubro universos cuánticos, invisibles ante los ojos rutinarios que abrazan la objetividad minuciosa de los incrédulos jueces de la fantasía literaria. Recalco, no descubro palabras inexistentes, no quito el velo al hilo negro de la creación arquitectónica literaria. Más bien, me descubro en las letras, en ellas deambulo frente a sus sonetos telúricos. En cada rincón del cosmos donde palpite un sentimiento al ritmo del baile que provocan las ondas no perceptibles en el sonido donde se incrustan mis letras… Ahí estará ese amor que vocifera mi pluma al besar de

La mejor vida de mis días

Despierto y tengo la sensación de que llevo bastante tiempo dormido. La visión se aclara, permitiéndome observar mis manos arrugadas del cansancio que una vida entera le regala a un viejo como yo. La memoria ya no es la misma. Tengo la impresión de haber hecho grandes cosas; sin embargo, no las recuerdo. Observo alrededor, mi cuerpo yace tendido en una cama de hospital. El canto de las aves invade la ventana, dejando al silencio en un estado de pausa. Los rayos del sol apuntan a un cuadernillo que se encuentra a un costado de la cama invitándome a tomarlo. Una vez en mis manos, me percato del título del diario, lleva por nombre: «El mejor día de mi vida».      El miedo y los nervios despiertan recorriendo mi cuerpo agrietado, me asusta empezar a leer una vida que no recuerdo. Habré logrado ser alguien importante, cumpliendo así todas mis metas   y sueños. O será que fui un fracasado que nadie quiere recordar. Cerré el cuaderno bruscamente al percatarme de una joven bellísima de pie