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Déjame

Dame un minuto de tu silencio. Déjame decirte cuanto te amo con mis más tiernos parpadeos. Déjame sincronizar la razón sobre tu pronunciado aliento. En la noche santa y en la divina mañana. Déjame bañarte, déjame enjuagarte, déjame purificarte. Abrir de par en par el Mictlán de mi pecho. Deja alimentarte. Déjame decirte las palabras más bonitas. Déjame acostarte, Déjame sentirte y contarte mi vida al oído. Mi vida y la tuya sobre la marea negra. De lo fugaz vivido. La piel se arruga y las lágrimas ya son pocas. Déjame sentir tu frente fría. Y marcharnos juntos al olvido.

Dichoso

Sin vida y propenso, gasto el esfuerzo en un gustoso momento. Dichoso el viento que se eleva venturoso, muy alto y satisfecho.   En la divina y agazapada desdicha, que encuentra dichosa y convertida en una mirada caprichosa; envuelta en la palma, bien vivida que alguna vez clamaba en un silencioso pentagrama, en aquella tuya y linda alma. Simbolismo caprichoso, siempre mío y rencoroso. Sucio se ha vuelto el rostro que devuelve aquel espejo roto. Vaya cinismo puro aquel que aclamas como tuyo. Entre abandonos y barullos, se cae la venda en grumos. Despertando así, mi fugaz manera de irme sin ti. Ya no lloren viejos más por mí. Que a donde voy yo. Me acompaña dándome una palmada, la reconfortante mano bien ganada. Más el abrazo de una vida dada. Aquel creador que la vida aclama.  

Termina la vida

Deseo de esperar un anhelo. Cauteloso y deseoso de sanar. Buscar la brisa que me quiebre. Hallarme frente al consuelo; perdido y con ánimos de bailar.   Nombrar a las cosas por otro nombre. Dormir, reír y tirarme al vacío. Gritarle al viento mis desvaríos. Morir sin repercusiones. Llorar hasta secarme.   Dormir finalmente. Tener sueños lúcidos. Despertar sonriente.   Caminar bailando. Brincar mientras caigo. Abrazarme a mí mismo. Tener una risa escandalosa.   Cerrar los ojos, sonriente. Sentir el mar. Ser la brisa. Ser espuma que va y viene. Morir satisfecho. Morir feliz. Volar despierto. Terminar la vida para así nunca volver...

Ásperos suspiros míos

Se rompen mis suspiros. Caen de prisa y se entierran. Ruin sentimiento de fiera. Son grises y fríos.   No son más que delirios. No son de otros, sino míos. Son flores muertas y secas. Son letras borrosas en la libreta.   Ásperos suspiros míos. Se quiebran en delicados roses. Amargos y largos como ríos. Se alimentan de mil voces.   No los busques porque solo son suspiros. Son instantes y son cambiantes. Son solo cantos sombríos.   Se van sin pedirlo. Producimos muchos a la suerte. Suspirando llegamos. Suspirando nos vamos. La vida se va con un suspiro. Y con un suspiro llega la muerte.   JNR

Viejos desconocidos

  Podía sentir el viento en su rostro, lo sentía vivo y fugaz; después de mucho tiempo al fin. El vendito aire de su anhelada libertad en aquella primera ventisca fuera de prisión y que, podía acariciar con sus propias manos y mejillas. Las hojas danzaban junto a él y su traje viejo de color marrón se alzaba de manera sincronizada junto con las hojas secas, más las páginas de algún periódico en el suelo tirado en la calle por algún ciudadano descuidado. En el titular de la página se percató de su realidad, año 2008. Estuvo 60 años preso, sesenta años de su vida tras las rejas y fuera de lo que conoció hace mucho tiempo atrás. Automóviles por todos lados, gran crisis económica mundial. Y sin una moneda o billete en los bolsillos. Su rostro era otro. Su caminar ahora era lento. Su cabello…, era poco. No supo qué hacer. No supo a dónde ir o a quién visitar. Todos a los que alguna vez conoció, ya estaban muertos, pensaría. Lo único que hizo tras cerrarse las puertas del gran complejo de se

Renazco

Renacer desoladamente; entre la ceniza fresca. Renacer sin la compasión desde la vil desdicha. Renacer junto al viento frente a la cosecha muerta.   Renacer, perecer y renacer. Compadecerme sin la luz que me abrase ante el regocijante atardecer.   Cae la bruma del sol iluminando mis manos; desgastadas y desdichadas, y un tanto indispuestas.     Ya es tarde para rejuvenecer. Ya pronto he de perecer. Más, no obstante de la tierra resurgiré:   Con otro rostro y con otro nombre. Un nombre que no será mío. Una vida nueva que será vieja. Un corazón sano pero envenenado por la pericia.   Mis pupilas serán ventiscas y temblores mis latidos. Relieves tendrá mi alma y mis huellas serán contadas.   Sentencia destellada en la deshumanizada historia. Renazco desde la tierna bruma. El fuego es testigo de mi neófita danza.   Ya no hay muerte después de la muerte. Lo único que sigue es vida.   JNR

Soy poesía

La poesía… canta y baila. Se aquieta, se asombra, se rompe, se pega, se enfría, se ornamenta.   Fruta sin sabor. Sabor común desvanecido. Tierno bagre incoloro. Vástago cielo enrojecido.   La poesía es roja, a veces amarilla, y en ocasiones: un tanto enloquecida.   Soy marea, soy poesía… Soy letras en palabras que nadie mira.   JNR

¿Quién soy cuando escribo?

  Cuando escribo soy antes que nada mi primer lector instantáneo. Comando órdenes y las ejecuto, las vuelvo trazos estéticos en la simplicidad del papel, que posteriormente quedan grabadas en un universo digital que se expande a lo infinito. Soy un disipador electromagnético, que calma la temperatura al borde del incendio, y que son capaces de propagar las más fugaces ideas. Mientras escribo se siente una melodía que comienza una tormenta de lo más estruendosa; pero, que va de menos a más. Escazas gotas de música fluyen hasta convertirse en un chubasco de notas musicales escritas. Soy un cirujano de la imaginación que cura las heridas de la realidad. Intento ser el director de orquesta que culmina satisfecho al terminar cada obra musical escrita en palabras. Quito la cáscara de mi intención literaria, desnudo los gajos textuales que escurren y palpitan las más íntimas semillas de mi amor por el oficio de escribir. Me convierto en telescopio y trato de descifrar el orden cosmoló

Falsas reuniones

  Ahí estás, Manrique; sentado en medio de todos, siendo el foco de atención, no por cierta idolatría o un genuino carisma, sino, por mera conveniencia donde todos te tienen que dar una buena cara, o falsas sonrisas por tu dinero y lo que conlleva tu extraña “familiaridad”. Atendiéndote como invitado de lujo. Ahí estás, Manrique, con tus repetitivos comentarios de cada reunión. Eres como un muñeco con sus frases predispuestas; vacías, llenas de poca originalidad, cayendo en lo común de tu estirpe de creer que conoces a los otros, y que eres mejor que todos. Creyendo que tu estilo es “único, original y de buen gusto”. La cena ha cambiado este año, ya que cambiaste de gustos alimenticios, y nuestros anfitriones, aman complacerte, aunque a tus espaldas no les importes ni un carajo. Hay, Manrique, ahí estás, con tu ego de mierda, el cual todos tienen que soportar de manera tan falsa, y que a tu narcisismo le impide apreciar; la falsedad de reacciones provenientes de tus receptores. Se dice

La vida me rebasa

La vida me rebasa y me supera la vida. Cánticos distorsionados; acercándose y alejándose, desde las grises junglas. Manifestando el tedio de una inmensa supla.   Simples son los sueños y complejas las palabras. Cien bastardos engreídos, siempre acumulando plata.   Descripción perdida, sonora, diluida, empañada. Descripción roída.   ¿Cuándo serán mis últimos días? Distorsión en vida que                     se            mezcla                 con          la dulce membresía. Esa, la de no saber: ¿cuándo he de perecer? Fui arrojado y nadie me ha sacado de este eterno atardecer.    

Brebaje rojo

El cielo comenzó a tornarse color grisáceo, las nubes refunfuñaron enaltecidas su ira al anunciar una ostentosa tormenta que, en su despampanante música de tronidos, nubes dignas de las más salvajes oberturas de una pieza clásica en pleno apogeo orquestal, propiciaron el descenso de la primera gota. La escena acompañó a dicha gota en su viaje desde lo más alto del cielo, hasta enquistarse en la frente del rostro desvanecido de nuestro protagonista, que sangraba, que exhalaba de dolor, más el sonido de cada gota al caer de su cuerpo, en un charco sepulcral estancado por su propia sangre: ¡Ploc! ¡Ploc! ¡Ploc! Los múltiples flecos de cuero con puntas metálicas de aquel látigo fustigante, desgarraron su piel molida, dejándola así expuesta a algunas zonas de hueso lúcido. Ríos y ríos descendieron de cada despiadado latigazo sobre su cuerpo marchito. En su mirada no había lágrimas cristalinas de dolor, sino, lastimosas lágrimas de color rojizo que caían de manera lenta: ¡Ploc! ¡Ploc! ¡Ploc!

Personas

Existen personas. Personas que buscan, personas que necesitan. Quieren ser abrazadas, quieren ser queridas, quieren ser mimadas, quieren ser amadas. Todo quieren, pero no dan nada. Hay personas frías y de sazón caliente. Personas magras, blandengues, escuálidas. Firmes y de frivolidad profana. Existen personas. Personas huecas. Personas lúcidas. Personas bajas. Personas altas. Blanquecinas. Estrechas. Delgadas. Cálidas.  Tercas. Cultas. Rudas. Sosas. Finas. Hay per so nas, que pa re cen d a g a s

Soledad numérica

 Diez libros para salvarnos del hastío. Nueve poemas para besarnos el alma. Ocho canciones para acallar tus gritos. Siete pujidos salvajes en estallido. Seis rasguños en la espalda. Cinco condones bien gastados. Cuatro susurros en mi oído. Tres fumadas al cigarro desvanecido. Dos sorbos hondos de un buen vino. Uno de los dos jamás ha existido.  JNR

Pinturas

Un pasillo oscuro, una habitación sin puerta. Un rostro con grietas y cabello grisáceo. Diminutos pies que avanzan hacia al rostro; que observa, que espera con paciencia. Sus ojos son verdes, sus ojos son dos diamantes. Olfatea, huele mi hedor, el rostro me espera. Me acerco, no es un rostro presente, es un cuadro de un rostro en medio de la habitación. El cuadro sonríe, yo también soy un retrato, un retrato que camina en un pasillo lleno de cuadros. No somos humanos, somos pinturas de gatos, no somos reales, somos gatos pintados. Rostros de gatos pintados en una casa vieja, abandonada. La casa también yace pintada en una exposición de parque. Una pintura de gatos en una casa vieja situada en una exposición de parque. La subasta comienza. El comprador se hace del cuadro de la pintura. El comprador también es un cuadro, un retrato en un pasillo oscuro que se dirige a una habitación sin puerta. JNR

Y si Dios fuera un gato grande

Su maullido se esparciría junto con el viento: Tenue, lánguido y terso. Más su ronroneo descubierto. El mundo sería su bola de estambre; su creación, su juego. Hace lo que le plazca. Santo y divino es su sueño. Grisáceo y de garras blancas. De mirada indiferente: Tierno monstruo complaciente. De fugaz aliento, y siempre hambriento. No quiere vacíos en sus ofrendas. Su profunda mirada es mi alimento. Raro Dios peludo quitameriendas. Tu juguete es la palabra escrita. Felino            insaciable.                             Carnívoro                                             voraz.                                    Félido                    intocable.         Doméstico fugaz. Deja de ignorarme, micifuz adorable, escúchame ya, minino intolerante. ¿Y si dicha premisa fuera real? ¿Y si Dios, y si Dios fuera un gato grande?                                                                                                                     

La leyenda de Villavicencio

Se quitó la olla de barro del fogón, el café estaba en su punto, el rostro de la abuela se reflejaba en aquel líquido espeso de color marrón. La leyenda de Villavicencio daría comienzo junto con el pulular del humo esparcido hacia el foco del techo simulando el espíritu suscitar en nuestros sentidos. Barcelona, 1939, España. El pequeño Carlitos se encontraba jugando con sus soldaditos de hojalata, simulando pequeños sonidos de disparos provenientes de su boca llena de saliva. Las maletas lo esperaban, su padre había muerto, su madre y él, encontrarían refugio en México tras las complicaciones del régimen franquista. La madre de Carlitos lo tomaría salvajemente de la mano, dejando los pequeños soldaditos de latón olvidados en el césped. Un gran barco proveniente de España llegaría a las costas de Veracruz. La mirada de aquel niño sería de asombro, aunque se sentía un sabor de que las cosas no volverían hacer nunca como lo eran antes. Su infancia se quedaría abandonada en aquel jardín de

Colores

  El chirrido de la silla de ruedas sentenciaba mi presencia, sobre aquel suelo de mosaicos relucientes de color blanco. Mi compañera yacía sentada en un sillón bastante hundida, viéndome llegar con su habitual espera casi devotamente religiosa.   —¿Dónde estabas, Jorgito? Nuestro programa ya va a comenzar. —Me cuestionó Raquel un tanto impaciente. —Ya sabes, Raquelita, cosas de rutina. —contesté mientras me acomodaba frente al televisor y desempañaba mis grandes anteojos. Nuestro clásico programa estaba en su pleno apogeo. Las risas grabadas se escucharían de fondo; mientras se enfocaban nuestras bocas risueñas, nuestros ojos húmedos, más el golpeteo de nuestras palmas chocando sobre nuestras piernas en señal de múltiples agrados y consecuentes disgustos. Raquel apagaría la televisión de manera repentina desde el control remoto; un tanto como si hubiera desfundado su espada Excalibur para empuñarla en dirección hacia su contrincante en lucha. Yo, asustado, no intuí ni vi venir