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Hastío feliz

A veces miro mi historia y surge la sensación de que ya no me pertenece. Esas personas, esos momentos, aquellos lugares, hoy…, se sienten ajenos. Me siento sin alegría y sin tristeza, me siento vacío de sentimientos, me invaden recuerdos, pero, ya no los siento míos. Ya no pienso en mañanas, mi presente y futuro se han vuelto un sin sentido, sin propósito, desfigurado por el destino que creía haber visualizado alguna vez entre sueños. Hoy, ya no sueño, lucho por dormir y despierto sin vida, envuelto en la pesada incertidumbre de ya no tener rumbo. Mi vida ha sido un constante romper y re hacer deseos personales, soy joven y me siento viejo, tengo fuerza pero no la energía, cada vez hay más gente en el mundo y sin embargo cada vez me siento más solo y alejado de ese mundo. Es como si viviera en una línea del tiempo diferente a la que me pertenecía, ahora cada momento se siente falso, como si me hubiera colocado otro yo. Me siento arrebatado de mi felicidad, forzado a luchar batallas q

Más humano

Puedo ver la lluvia; pero, no puedo sentirla. Puedo sentir tu corazón latir; pero, no puedo verlo. Relámpagos de agosto que anuncian mis lágrimas. Tu ausencia aprieta las sábanas en soledad. Noches de Kafka y mañanas de Pizarnik. Vuelvo a mirar mis libros y ya no los encuentro. La música ahora se disfraza de silencio: indiferente. Dejé de cocinar y ya no saboreo la comida. Solo lleno mi estómago para distraer a la muerte. Ya no suelo mirarme al espejo, mi reflejo se ha vuelto lento y mis sonrisas tardan en reflejarse, mientras que las lágrimas se escapan a gran velocidad. Quedo distante ante el destino, como quien guarda la última carta para el último momento. Ya no tengo amores ni amistades largas. Me muevo en el tiempo en una vigilia permanente. Siento mi corazón oprimido y sin salida. Siento que me estoy desvaneciendo un poco cada día. A quienes les he regalado mis sonrisas más tristes, hoy me extrañan. Y a quienes les digo mis más sinceras sonrisas de am

Guitarra mía

         Hoy sueño un sueño que soñé y que quizá todo el mundo sueña soñar. Y es que a los recuerdos les fascina recordarme un recuerdo que suelo ya no recordar. Mis días se han vuelto lluvias. Qué sería del tiempo si no llovieran días. Soy testigo de cómo el futuro ya fue y el pasado será. Yo solía cantar con mis manos. Entonaba notas y acordes de manera que mis oídos me dieran permiso. Hay guitarra mía que ya solo murmuro tu recuerdo en sueños donde los días llueven un presente que se desafina a un tiempo que ama la velocidad de lo inmediato. Y es que tanto a ti como a mí, nos gusta recordarnos así: despacito y a susurros.  Hoy tú y yo vagamos en las memorias olvidadizas, en ojos mudos y gargantas sordas, en escenarios invisibles donde han desaparecido nuestras huellas que se aferraron hasta el último momento en gotas de sudor ahora secas y marchitas. Qué bonita sensación aquella cuando te vestía de cuerdas nuevas que hacían relucir el brillo de nuestros cantos fugaces. Si el desti

Discordia

    Hay un poeta en mí, que encierra al filósofo en una prisión en su raciocinio. El poeta, entona un ligero canto al alba, el filósofo lo calla sin prisa para retornar a gritos mudos en su filosofar. El poeta compone en un piano roto y con escasas teclas, el filósofo enmudece sus desafinadas melodías con el ataúd de sus labios en su eterno retorno que sella ante cada pregunta sin respuesta que envía al cosmos. Quimera indomable en su camino de letras que el poeta navega en la marea, un simple tronido de dedos basta para calmar un mar y una bestia con su pensamiento el filósofo demuestra. El filósofo camina en una multiplicidad de laberintos con calma y sereno. El poeta camina en una cuerda floja en los más alto de los cielos, sudoroso y envuelto en lágrimas. El filósofo lo mira desde un cielo más alto con cierta compasión. No compiten ya que nadie va ganando en nada, al filósofo no le interesa competir, y al poeta solo le importan sus letras sin importarle si tiene que ganar o perder

Ayukoto y Amishanti

Ambos desconocían la gran constelación que disiparía su grandilocuente amor en aquella noche de fugaces estrellas. Esta es la historia de Ayukoto y Amishanti. Era una tarde de lluviosa en la ciudad de Akamara Taganashi de 1995. En un rubor de mejillas y de inocencia, Ayukoto conoció debajo de una mesa de plástico en su cumpleaños número cinco a la niña que no volvería a ver dentro de treinta años y que se convirtió en su primer beso en un arrebato que ambos no se explicaron y no quisieron entender el por qué de su paradigmática atracción. En un clásico juego de escondidas entre varios niños y niñas, solo ellos dos habían elegido esconderse debajo de la mesa donde yacía el pastel del cumpleaños. Un mantel blanco bordado con figuras de flores Kosumosu de color púrpura fue la única tela que los mantuvo invisibles al resto del mundo. Ambos exhalaron respiraciones cálidas. El universo fuera de ese espacio reducido no existió por unos breves segundos. Ella tomó la iniciativa y sin conceder

Pasos

Una disimulada estrella susurra en el palpitar de tu ventana nocturna que calla la envoltura de tu cuerpo desnudo en sincronía con mi voz. Dos pasos, tres pasos, canto de mi llanto circunda al caminar. Danzas de lágrimas fúnebres, consuelo de ángel caído. Retumba cual violenta cascada el sonido del licor apoderándose de los vasos de cristal. Ya no hay abrigos para nuestros corazones que comienzan a llenarse de nieve en cada latido de su andar. Cuatro pasos, cinco pasos, el desdén de la monotonía mundana de mi compasión por abandonar el valle de tu recuerdo. Desdichada ironía la velocidad en que uno puede enamorarse de ti, pero quién me quitará la eternidad de nuestra separación en aquel maldito vacío del eterno suicidio que las huellas de tus besos provocaron. Seis pasos, siete pasos, bailo lentamente en un estado de coma interno que pudre mis más sinceras sonrisas. Ocho pasos, nueve pasos, la cuerda de un violín desafina en el tropiezo de nuestra torpeza. Diez pasos, callo yo, y tú má

Espina

La espina de tu indiferencia vacía los últimos suspiros  que yacen en el sosiego de mi corazón. Cada silencio tuyo es un faro de noche que se apaga  en la marea de mis lágrimas. Una tormenta de ausencia dibuja nuestro reflejo en la ventana donde se incrustan gotas de olvido. Un rocío  permanente de angustia  se esparce en el aire frío. Comienzo a olvidar tu rostro, tu nombre, tus caricias. Aunque tu figura a quedado en mi memoria en cada mujer que veo a la distancia. Me asusta saber que tu estilo es el molde de una joven generación que persigue falsas bellezas y disfraces de felicidad. A veces el destino se encarga de recordarme tu nombre, pero ya solo me causa risa lo desagradable que suena tu nombre en los labios que creen salpicarme de veneno, cuando ya resulta simplemente agua escurridiza. No te miento, sigo pensándote. No te miento, te estoy olvidando. Cada vez luces más borrosa y más lejos. La memoria me consulta cada noche con nuestros encuentros, pero solo es una autorización d

Pajarito azul

Danzas con tus patitas saltarinas al filo del abismo. Nuestro encuentro casi puntual carece de cotidianidad. El viento nos acompaña autentificando nuestro realismo. El sol y la tinta se envuelven en una extraña singularidad, que nos hace presas en un arroyo de añoranza. Somos un mar inquieto, una marea rebosante de arrullos. Un evento que estalla y emana exaltación. Un fulgor que corrompe el hastío a murmullos. Una orquesta muda en oídos dispersos. Un ciego llorando de alegría frente al espejo. Tú tan único y rebosante de color. Yo tan típico y ausente de suspiros. Alzas tus alas y danzas en alabanzas, en un ritual de purificación, en donde el tiempo no te alcanza. A mí, la muerte me perturba y tú bailas sobre ella. La ignorancia te convierte en eternidad. La finitud me hace un simple y arrogante pasajero. Sepulto mis colores profanos mientras tú resucitas en cada rito de canto. Pajarito azul ya no vuelvas, porque si vuelves ya no estaré, arropado en plumas y alas cantaré. Ahora tú

Papaíto

Te lloro a cada gotita de lluvia que se estrella en la ventana. Mi dedito sigue las gotitas hasta su desaparición. Cada aliento mío empaña la atmósfera donde dibujo caritas con sonrisas falsas.   —¿Dónde estás papaíto? ¡Vuelve, abrázame una última vez!  Las luces de los automóviles palpitan al ritmo de mi corazón que lo extraña. El sonido de la lluvia acelera su fuerza ante el cristal. Mi esperanza se marchita mientras abrazo con más fuerza a mi osito de peluche.  Lo que daría por conocer el mundo y correr en dirección hacia tus brazos. Sólo me perdería allá afuera preguntando a gritos por tu presencia.  Mis pestañitas chocan cada vez más y más con la ventana empañada de tristeza. Mi papaíto…, con un abracito tuyo sería la noche más tibia en todo el mundo. Me hubiera gustado que otras palabras hubieran envuelto tus oídos al despedirnos y saber que me llenaría de tu ausencia.  —¡Brillen lucecitas! Hagan que cada gotita se vuelva de un color diferente y tráiganme a mi papaíto

Dos potros

El Potro —Ya vamos a cerrar ex candidato, será mejor que le llegue de aquí. —anunció el cantinero con cierta tensión en sus palabras.   —Mi nombre es Jaime Buendía, alias “El Potro”. —¡Qué pinche jodido estoy! —balbuceé entre dientes—. Mendigando un último pinche trago en una decrepita cantina de mala muerte. El alcohol es el único que me entiende ahora. Este aleja mis extrañas visiones, la maldita rabia de pensar en cómo todo se fue a la mierda. No sólo perdí la candidatura a la presidencia hace unos meses, sino mucho más... Tras mi derrota, ya nadie creyó en mí. ¡Qué lejos estaba esa sensación de sentirme el futuro presidente de un país! Más el apoyo de la gente que se decía mi familia y amigos. Salgo de este puto lugar nauseabundo. Me dirijo a mi nuevo hogar, una pequeña casa rodante, después de que el gobierno me quitara mi rancho, me alejé de la política, ahora trabajo en una feria que va de pueblo en pueblo. Me maquillo la cara de payaso, la gente me avienta monedas, esta

Reflejo acaramelado

Todo el público reía descarado frente a mí, una horda de pequeñas criaturas. Sus monstruosas risas se convertían a tal grado en carcajadas endemoniadas. Y tengo que admitirlo, en ciertas brevedades de segundos, me resultaban un tanto contagiosas. Pero no comprendía el origen de sus incesantes alaridos de diversión descolocados del mundo de la cordura y la atención. Algunos me señalaban, otras tiraban sus palomitas al suelo, uno que otro se revolcaba en el piso, sufriendo por grandes cantidades de risa, haciendo un recorrido desde sus estómagos hasta sus diminutos cerebros; pero..., ¿por qué? Como de rayo y de golpe entre la multitud, noté que había una niña de cabello rubio y ojos verdes, lucía un vestido de color rojo con lunares blancos, le colgaba desde el hombro hasta su pequeña cintura, un diminuto bolso azul marino, de igual modo, portaba un ridículo sombrero blanco con un limitado moño brillante color dorado. Ella no reía como los demás niños, sino más bien tenía un rostro de ve

Rosario

Soy como el pez de los abismos, ciego.   A mí no llega el resplandor de un faro.   Perdido voy en busca de mí mismo.   Juan José Arreola.     Llego a la cita pactada de tu presencia ornamental que yace inerte como si me estuvieras esperando desde hace mucho tiempo atrás fragante en tu paciencia vigorizante. El amor carece de respuestas para dicho encuentro entre tú y yo, simplemente nos acontece y nos abrazamos sin apariencias. Tu nombre simula el instrumento para rezarle a mis más íntimos pecados en la rutina de tu ausencia, querida Rosario. En tu entrada te resguardan unas arqueadas barreras de cristal que se deslizan amablemente, dejándome entrar en los latidos de tu corazón. Al armarme de valor, me introduzco dentro ti con ingenuidad y asombro. Tu colosal perímetro desarma mis pupilas expectantes. El techo de tu ser me trasporta a un recinto africano acompañado de tus plantas que desbordan una delicada y húmeda naturaleza. Me siento un microbio vestido de inocencia que

Reflejo

Me observas mientras escribo frente al espejo. Cruzamos la mirada tajante, retadora, los dos nos odiamos a pesar de compartir el mismo rostro, queda en mi egolatría la sensación frenética de no saber si yo soy la persona real y tú el reflejo de mi ser. Te veo escribir de igual manera. La intriga me abofetea insinuando mi inocencia. Será acaso que yo sea el reflejo y ordenes a mi alma y cuerpo copiar cada movimiento que haces. Dirijo mi atención al texto frente a la computadora para darme cuenta de algún error ortográfico, para que así no me juzguen mis lectores al momento de leerlo. Vuelvo la vista hacia el espejo esperando volver a intercambiar miradas; más sin embargo, noto que sigues escribiendo. Mierda, esto debe de ser un sueño, sí, de seguro me quedé dormido y estoy teniendo una pesadilla. Me impresiona la intensidad de verte seguir escribiendo, denotas furia, una   mirada tan esquizofrénica. Trato de serenarme al pellizcarme en mi brazo derecho; me ahoga la ficción. No estoy s

El origen

En el comienzo de lo inexistente la oscuridad emergía abrazando al universo en un velo carente de ruido y gloriosa soledad. El espacio yacía ausente de luz y vida. Cuando de repente…, un chispazo provocado cual fósforo encendido a una velocidad que declamaba iluminar el terreno baldío de lo desconocido por pupilas cristalinas de miradas místicas, revolucionó la galaxia enteramente y radicalmente, haciendo así, una detonación catatónica descomunal arrastrando consigo una expansión telúrica que se esparció y dio origen a la vida, todo esto acompañado del riesgo que los dioses preveían de la certeza de lo causal que sería crear una estrella nueva llamada sol y demás planetas en una naciente galaxia. Dicha riesgo, contenía la letal causalidad del efecto de atraer seres ajenos provenientes del inmenso cosmos infinito, seres corpulentos de una talla divina y de una envergadura majestuosa, dispuestos a obtener el dominio de cualquier luz destellante a como diera lugar en el cosmos. Al arriba

El guardián del jardín

La luminiscencia del sol cabalga en trayectoria por debajo de mi puerta siendo esta el único signo de luz en la cavernosa habitación que da hacia el opulento jardín verdusco. (Un pedacito de naturaleza domesticada en la comodidad de mi hogar). Aquel zorro blanco como la nieve, añora salir a realizar sus necesidades fisiológicas. Al no aguantar más, mis ronquidos envueltos en las sábanas polvorientas le provocan una mirada de hartazgo hacia a m í . Decide traspasar la puerta con su perspicaz magia para perderse así entre los arbustos danzantes. Al adentrarse hacia la naturaleza viva, se liberan pequeñas esporas que viajan con el viento hacia la habitación escurriéndose bajo la puerta en dirección hacia mi profunda respiración. Ya para ese entonces mi boca estaba a punto de derramar un gran río de saliva en la almohada. —Diablos..., ¿qué hora será? —balbuceé desde el limbo de los sueños aún semidormido—. Yiko…, seguro volvió a desesperarse y salió sin mí. Creo que soy un mal guardián